Thursday, December 20, 2012

El mito de Patricio Rey


                                                                               Imagen (aca recortada) compuesta por Rodrigo Noya.

Un verdadero mito
Patricio Rey es un verdadero mito, no un personaje mitificado. Ensoñado inicialmente por jóvenes no tan jóvenes en la ciudad de La Plata en los años 1976/77, Patricio Rey es el mito de que alguien puede apadrinar los berretines de una libertad grupal, que se basta pequeña y efímera pero cuya intensidad puede crecer con trascendencia inmensurable. Alguien excelso, de jerarquía redoblada -patricia y monárquica-, para atizar encuentros en torno al principio ordenador del placer, con el mandato de perder la forma humana y un concepto regente de fiesta. Un personaje exento de acto inaugural; un mito que no es ejemplar sino más bien efectivo en tanto ausente, y que, lejos de prescribir conductas modelicamente, deja, con la presencia de su distancia, un espectro de sentido que debe ser adivinado arriesgando.
Los Redonditos de Ricota, pupilos de Patricio Rey en estas pampas, consiguieron su padrinazgo vía coacción: en la única vez que Patricio dio su palabra personalmente, en el único texto que se le atribuye a su voz,[1] declara que el grupo “no pidió ni imploró padrinazgo, sino que lo exigió a través de una amenaza”. La amenaza de terror si el Rey no apadrinaba la fiesta –y esa tensión, de sinergia entre calamidad y júbilo, motorizó desde entonces el espacio redondo–. A partir de allí, cada acto realizado en nombre de la estela amparadora de Patricio –cada presentación de la banda, cada disco y cada tema, cada declaración y cada acto organizativo del grupo, pero también las vidas mismas de sus miembros, y después también cada encuentro de millares o de a pocos en una esquina o un bar o en las mil situaciones de intercambio de guiños de una “forma de ser ricotera”, o en el mismo mapa que cada ricotero hace de la vida…–, va acrecentando la figura de un Rey que, desde algún lugar lejano, permite, habilita, una experiencia heterogénea, un “mecanismo diferente de organización de las voluntades” (Solari).

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Patricio secularizado, ¿corona expropiada?
La pregunta por la herencia de los Redondos puede ser una falsa pregunta. Aquella afirmación de autosuficiencia, desesperadamente jubilosa, se contagia atravesando la cultura mediante vasos comunicantes complejos. El contagio opera por apropiación, por resignificación, por digestión. En tanto los efectos de la banda son fértiles, no se remiten a su terreno de origen. No reconfirman lo que la banda ya era; por eso muta el circo de Patricio. Así las cosas, en cuanto a la “herencia” de los Redondos, hay que buscar sus efectos no sólo en el rock sino en la música en general; no sólo en la música sino en el arte en general; no sólo en el arte sino en el amplio mapa actitudinal de la vida común. La música no conecta sólo con la música; la obra de Patricio Rey y sus redonditos nutre sensibilidades extra musicales; música con efectos urbanos, música con efectos lingüísticos, música con efectos sociales, música con efectos políticos, música con efectos gubernamentales.
En los últimos años, el mito de Patricio ha sido apropiado por un relato de sentido determinista; Patricio es un mito tan potente que ha resultado objeto del armado de la nueva legitimidad construida desde el Gobierno. Despojado de misterio, es usado como mito predicativo, despojado así de su naturaleza experimental. Difícil saber si esto signa la muerte del mito o si la apropiación –¿que es o no es mutación?– sintomatiza la potencia que todavía guarda (va de suyo que sintomatiza la potencia que tuvo). De todas formas, tampoco es posible cerrar la operación al determinarla de “apropiación”; porque también hay “traducción”, incluso “entrega” (cual “Plan desarme”) de imágenes, símbolos, estéticas, para un “uso” otro, a una lógica no compatible, en principio, con los axiomas del mito y de la producción mítica que hemos descrito. Es evidente el uso que subordina la corona a otra corona… Pero no es tan facil sentenciar si la corona ricotera es apropiada, secuestrada, entregada, si estaba disponible, si la usan como puro anzuelo… Simultaneidad de operaciones, complejidad habilitada, de vuelta, por la potencia del mito.
En todo caso, al situar los fragmentos redonditos –los mitemas– en enunciados que cierran su sentido, como mínimo se le despoja el misterio, es decir su potencia de generar nuevos posibles. Los misterios no pueden resolverse –sí pueden transformarse en misterios mejores–; un mito sin misterio es un mito poco interesante, y las verdades que dejan de ser interesantes se convierten en mentira. Que podría ser peor, eso no me arregla....


El texto, escrito con Ignacio Gago y publicado en la revista de la Biblioteca Nacional, puede leerse entero

Friday, December 14, 2012

De Pies a Cabeza N°2

La revista de futbol menos periodistica del mundo:

Eitorial: http://futboldepiesacabeza.com.ar/extractivismo-pasional/


El N°2:


Extractivismo Pasional. Mecanismos de extracción de plusvalía pasional, con sus lacayos pre-cadáveres, y un combate difuso pero sostenido que dan los tráficos de vibra futbolera por abajo. ¿Hay una futbolidad clandestina ante el imperio mediático? ¿Cómo puede Fernando Niembro ser tan desagradable?
Pensando la marca Boca. ¿Se puede convertir un deseo infinito e inexplicable en un capital de mercadeo pasional? El futbol como marca global, igualador universal, ¿somos clientes de la bocha?
Canten, putos! ¿Para que vinieron? Piano y guitarra acústica, cantos de cancha versionados; música de colores, y un departamento dos ambientes tribunizado…
 La Larga Marcha de River. La bandera de largo record como excusa para una tribunización de la ciudad; las calles de los barrios chetos enfiestados por el modo de vida pibe: una crónica carnal atenta a lo que los códigos mediáticos no pueden ver.
La gran estafa (securitista). La “violencia en el futbol” es violencia en los negocios, y los incidentes y enfrentamientos armados son, casi sin excepción, internas de barras. Aun así los dispositivos de seguridad y los discursos mediáticos siguen partiendo del supuesto de combates entre hinchas rivales: una Gran Estafa.
Jugadorismo reloaded. Ante el protagonismo pibe-jugadoril, la “gestión de grupo” aparece como el saber futbolístico más caliente de la época. ¿Qué modos son los más ricos? Entre la inteligencia de Alfaro, la escolaridad de Pepe Romero y la filosofía superior del Loco Bielsa.
Entrevista a Menotti: “La heladera en la cocina y el inodoro en el baño”. El anciano manantial de saberes del exquisito deporte nacional comparte algunas de las síntesis que ha elaborado en su vida de observador experimental. Ilustraciones de Facundo Gorostiza.
Charla con el Chalo Panatoni, segunda entrega. Nuestro querido Chalo sigue ventilando la cocina de los conflictos micropolíticos del vestuario de Metalense.
 Querer (o no querer) a Román. Introducir una concepción disidente del manejo de la pelota en el futbol nacional no puede no ser conflictivo. ¿Hay efectos geométricos, en las canchas hoy, del juego riquelmeano? Y: ¿Qué quieren los que no quieren a Román?

Verte feliz no es nada


Escrito con Igna Gago - Publicado en Crisis #11

Poco necesitó Onda Vaga para elevarse como uno de los grupos con mayor tasa de crecimiento de los últimos cinco años de la música joven ciudadana. Poco tiempo, poca inversión en difusión, poca parafernalia instrumental (todo acústico), poca estructura de producción y casi nula de mediación: poco, porque cada cosa fue un acierto. Lo “poco” propio de una vagancia exitosa, que no sacrifica su tiempo en esfuerzos para un futuro sino que condensa su alquimia sin usar electricidad.
Despues de consolidada la profesionalización del sonido de los discos de rock (cualquier disco tomado al azar de una banda promedio “suena bien”, todo cerradito y prolijo), este grupo de amigos formado para tocar en la playa de Cabo Polonio volvió a la ciudad y, sin sacarse malla ni ojotas, se proyectó hacia un crecimiento en picada de público y oyentes, que expresó asimismo una mutación en los ánimos estéticos de la ciudad: un tubo de fuerza del presente haciendo su futuro, que nadie había atravesado tan claramente.
Nacido en 2007, ya en 2008 el quinteto recibe galardones de diarios y revistas; sus canciones frescas, livianas, alegres y festivas, cantadas coralmente por cinco voces siempre altas, nunca pesadas, pasaron pronta y fluidamente de salas under a telonear a Manu Chao, tocar fechas dobles en Niceto y encabezar la programación veraniega del Konex (Niceto y Konex: acaso las dos principales bisagras de interfase entre la cultura autogestiva y la industria cultural; Niceto una puerta abierta al primer mundo, Konex a las nuevas cremas de arte en castellano). Mientras se escribe esta nota los vagos tocan en un festival japonés donde volaron con los tickets pagos, según informa –informalmente- una alta fuente de la prensa especializada.
Todos estos datos importan, por supuesto, como índices del crecimiento de un tono subjetivo; incluido del “dato” Onda Vaga, ya que importa el pulso popular del cual son –digamos- voz cantante. Pulso de miles; gusto de la época; sensibilidad de la red. Nunca o casi nunca difundieron sus shows fuera del boca en boca o “las redes sociales”, dice la fuente mencionada; tienen más de ciento veinte mil almas que le declaran su gusto en Facebook. Una banda independiente que no necesita sudar sangre remándola sino que más bien activa una corriente que la hace pasear el mundo.
Dos discos, Fuerte y caliente, de 2008, y Espíritu Salvaje, de 2010, sirven a este proceso. Menos como productos que aspiran a conquistar que como testimonios de lo que surge en la onda de ese espacio de encuentro amistoso (aunque el segundo ya es claramente mas “cuidado”). Es por eso, por ser una instancia cuyo punto de partida ya es de felicidad triunfante, como sin necesidades, que en el primer disco hay invitados ilustres como Fito Páez; nada menos que el artista elegido para dar el broche final a los festejos del Bicentenario de la Nación.
Música sencilla que se nota hecha por gente que sabe; músicos a los que les sobra. Con fuertes dejos del Manu Chao en sus días sin rabia, algo de cánticos balcanos de anti lamento, homenajes a la simpleza ramonera pero pasada por una concienzuda trama de calidez tropical, algún resabio de balada babasónica pero con el desalineo como modo del glamour, guitarras sacudidas por manos derechas bien sueltas, mucha palma conjunta que ritma el canto coral de la tribu, sin líder visible. Imposible meterse en un disco o en un recital ondavago y no encontrarse llevando el ritmo con alguna parte del cuerpo; su influjo hace vibrar a los cuerpos en danza cual zombies de la felicidad. Yo no quiero caer, quiero seguir arriba para bailar (“Jovens”, de Espíritu Salvaje).
Soltura, despojo, inmediatez corporal. Melodías pegadizas y gargantas con la tensión que requieren fogones felices, llamados celebratorios a la luz de la luna; el éxito de Onda Vaga es el de un sonido que elige sin duda el bienestar y sentir para adelante (“podes salir al jardín y cosechar lo bello” dice Ya!; “sacate lo que tengas de más” cantan en Baila; ambas de Espíritu Salvaje, entre tanto ejemplo posible). Por eso, aunque en los discos manejan una sutil paleta de recursos sonoros, el tono afectivo es homogéneo, univalente, una planicie de endulzamiento que coincide con la amplia llanura de la fiesta metropolitana nacional.
Si el éxito, genéricamente, no habla tanto del ganador como de las reglas del ambiente (cosa distinta es la conquista, el triunfo), especialmente “sintomáticos” son los éxitos instantaneos.

El nuevo jovialismo gobernante
Hay un ánimo oficial, con representantes en muchas esferas. Datos: Onda Vaga fue tomada por 678 como cortina musical de su emocionalidad. (Digamos que fue una transición de “alegría pilla” entre la primera fase más combativa con los Redondos, y la actual plenamente melosa con Por una gota de tu voz de Abel Pintos). También el programa Los pibes del puente se inviste sonoramente con los vagos. La cortina de 678 era Mambeado, una de las mejores de las pegadizas canciones de la banda, que también tocaron en el recital organizado por el Partido Obrero en protesta por el asesinato de Mariano Ferreyra. Esa doble presencia no pone en juego algo que “no cierra”; más bien muestra que hay oposiciones que participan del mismo plafón. Aquella noche de protesta había en Plaza de Mayo carteles con la inscripción “Festival por la muerte de Mariano Ferreyra”. La fiesta es el lugar común de la época, un consenso del que no debe alejarse demasiado ningún proyecto de gobierno en cualquier area de la vida social. Cristina bailando su cincuenta y cuatro por ciento; pero a la vez Mauricio Macri bailando su aplastante hegemonía. Los “estetólogos” del macrismo leyeron éste consenso festivo en la Ciudad porteña y transformaron el triangulito de play negro que era su logo, en múltiples triangulitos de colores. Arde la ciudad: canción elegida por ambos partidos, tema que funde al macristinismo. La fiesta es una frecuencia de gobierno compartida por proyectos políticos enfrentados.

La alegria coronada
En medio de este consenso oficial, de fiestas coronadas y representadas, Onda Vaga muestra que incluso el sentimiento indie de tribu se da ídolos. La tribu de iguales recortando sus cuerpos fetiche, la coronación directa de la red, sin mediación estructural. Pibes comunes que eligen lo simple y música para divertirse, resultan cuerpos naturalmente funcionales a su multiplicación imaginal. El actuar de sí mismos, necesario para la representación mediática, escenifica una clara apuesta por la felicidad grupal.
Un ejemplo. La tapa de la revista del Konex dedicada a su programación del verano pasado, tuvo a Onda Vaga como protagonista, artista de punta del espíritu imaginado por el centro cultural para la salida de un año viejo y la gesta del nuevo. El Konex invita a “empezar el año en nuestro patio”, y la mención del patio es importante: se trata de la modesta catedral para multitudinarios patios y terrazas donde se juntan los amigos culturados en Buenos Aires. Vale contrastar este confort organizado con la figura del “congreso de esquinas”, creada por el colectivo Juguetes Perdidos para referirse a los recitales de rock barrial. Se trata de una puesta en masa de la lógica íntimo-privada que fue, en parte, la respuesta que los circuitos musicales hallaron para hacer frente a la ola reglamentarista post-Cromañón (que por cierto sigue rozagante, cerrando centros culturales –u obligándolos a profesionalizarse). ¿Cuánto atrevimiento se pierde en ese desplazamiento?
Volviendo: la revista del Konex es un pequeño lujo; tamaño medio A4, papel de alto gramaje, cuatro colores, y esas tapas satinadas que enloquecen las yemas de los dedos, acariciando, en este caso, a los cinco amigos vagos, que ocupan toda la cubierta, parados ante la cámara en fila, posando sobre montoncitos de arena y con baldecitos y mallitas (de la arena venimos y a la arena vamos). Con fresca alegría y matracas en mano, miran la cámara bajo el lema Onda vaga. Música para ser feliz.
La felicidad festiva: discutimos con este modelo porque se parece a lo que queremos. Hay cosas que parecen lo mismo pero no son lo mismo; y son peligrosas en tanto imágenes de lo común.
¡La felicidad! Pero no así directo, tan resuelta; no tan ya-felices. Porque suprime la experiencia de habitar la pregunta por la felicidad; y te ofrece la aplastante evidencia de su respuesta. “Estamos en la vida para las cosas buenas”, es la cita que titula la entrevista al vago artista del verano. No bajonearse al pedo. Vamos a disfrutar. Casi que quien no es feliz es un gil: “Podés salir al jardín a cosechar lo bello, podés salir también a correr, a disfrutar, no hace falta estar metido dentro de una nube gris y lleno de mierda cuando la decisión está en vos e irte; en vez de hacerte una choza en una villa miseria, te podés ir a hacer la misma choza en el medio del campo”, dice el vago Marcelo Blanco en otra nota, la de tapa del suplemento No! de fines de 2010 (hecha por Julia González).


Amar intuiciones
A la felicidad no se le puede discutir, se dice; el que es feliz tiene razón, hay otras cosas para criticar antes que un divertimento, etcétera. Pero hay felicidades que dan tristeza; y los modelos de felicidad son zona de pelea.
El campo de batalla de las formas de vida muestra una hegemonía palmaria de esta felicidad desproblematizante. Una fiesta que encarrila. Una fiesta en el paisaje del consumo. Bicentenario como gran fiesta-show del relato nacional; el record de Roger Waters para jolgorio tecnológico-moral; Tecnópolis y la fiesta del desarrollo patrio; pero también el consumo progre de yoga y flores de exquisito autocultivo. La lógica de la vacación permanente, que siempre va a necesitar algún padre cuando pase algo bravo.
El bienestar permanente y pregonado es sórdido. Porque el relajo constante y la pose descontracturada son una ostentación de clase. La fiesta con fondo de consumo, que ofrece un modo de vida hecho, sin ignorancias, el hippismo cool donde sobre todo no hay que hacerse problema, deben ser discutidos en nombre de una felicidad que empiece por la propia fuerza. Y no hay fuerza si no se tensa nada. Imágenes de alegría que no menosprecien al dolor; bienestar que no necesite desvalorizar los problemas; ni andar chillando de satisfacción, porque la buena felicidad no se nota…
Vivimos el chillido del consenso fáctico, una fiesta cuyo modo de participar es la adhesión. Para criticarla no hace falta señalar una alternativa. Porque si bien la política –ese campo reglado- es juego de posiciones, lo político es una frecuencia donde hay potencia en la disposición. Una disposición desconfiada de lo que huele mal (tan dulce que empalaga), y fiel a sus intuiciones que no se dejan fotografiar. Al fin y al cabo, poco ha acaecido históricamente festejable sin gentes atrevidas a amar lo que no hay, amar intuiciones.


Friday, September 28, 2012

Pienso con amigos (dan vergüenza)




Pienso con amigos, también estando solo. Pienso: discurrir, palabras, frases, argumentos, interna discusión. Pienso: careo de posibilidades; eso es pensar, careo de posibilidades: cada posibilidad tiene una cara. Y cada cara es un amigo que la enuncia, la explica, la defiende, la habita y la investiga. Pensar es una conversación polifónica entre caras que se dicen, a través mío, porque me dicen, se dicen, los argumentos de las cosas. Caras, amigos, todos, cada uno me habita en una fuerza pensante que se reproduce en mi.

¿Se llega a una síntesis? ¿A una formula que conforme a todas las caras, que esté conformada por todas ellas? Un mismo enunciado que les hable a todas esas diversas naturalezas.
Pensar, para mi hoy, (¿pensar políticamente?), es encontrar la expresión donde toda esa diversidad se comprende, se entiende; es ligar puntos en principio distantes, distintos, con algo que logre serles común.

Porque los amigos lo que dan es vergüenza. Dan vergüenza, la ofrecen, la comparten, postulan vergüenzas.
Los actos tienen un sentido siempre determinado, quiero decir que su valor es dado en un lugar, una colectividad, unos ánimos y fuerzas.
Los amigos prestan sus prestancias para tener criterios. No quisiera encontrarme haciendo algo que diera vergüenza a un amigo; son los amigos el superyo elegido y cómplice, los ojos que nos damos para una compañía ética.

Por eso se escribe para los amigos, y con ellos un posicionamiento y propuesta de mundo.  

Monday, September 17, 2012

De pies a cabeza (revista de futbol)

www.futboldepiesacabeza.com.ar

Causa Natural




Estamos a favor de la naturaleza, pero primero de los hombres; tal es la enunciación oficial. Desarrollo contra conservación. Sustentable, desarrollo sustentable es la precisión conciliadora, ante posibles apuradas naturalistas, en la que insiste por ejemplo el empresario modelo del modelo Gustavo Grobocopatel. De esta forma, la “causa ecológica”, resulta una devoción abstracta que limpia las conciencias de consumidores y usuarios de servicios y productos bien propios de este mundo petrolero, nuclear, químico; pasa por un lujito. Si al fin y al cabo las organizaciones de proteccionismo mundiales nacen de la deriva post-segunda guerra de los capitales eugenésicos, conservacionismo del orden racial y el statu quo de la división mundial del trabajo, contra todo proyecto industrialista emergente, como muestra Jorge Orduna en su interesante libro Ecofascismo. Nadie mas naturalista que quien caza para vivir –y, por extensión, hace represas y monta fábricas...
Finalmente la naturaleza importa en el hombre. El universo es indiferente. Y mutante; solo la vida guarda la información tendiente a su repetición sistemática. Y, de la vida, solo al hombre le importa que haya zonas que desaparezcan. “Somos los ojos a través de los cuales el universo se regocija de sí mismo”, se enseña en Encounters at the end of the World, de Werner Herzog. En ese pensamiento, la valoración de la naturaleza es consustancial a una valoración del hombre. En efecto, en la idea de desarrollo, que es una matriz conceptiva de la naturaleza (en el sentido de que desde la idea de desarrollo una montaña, un bosque, una tierra, son cosas determinadas), hay una idea de hombre, y esa idea de hombre es la discusión posible sobre la ecología. ¿Qué es desarrollo? Ampliación de recursos usados por la población, inclusión en el mercado de trabajo y consumo, lógica de rendimiento. El hombre del desarrollo es un hombre del rendimiento; asimismo su naturaleza. Desarrollo, rendicionismo.
¿La naturaleza organiza otra faceta de humanidad, resistente a ese ímpetu rendicionista? Asambleas contra la mega minería a cielo abierto y control de la calidad del agua subterránea, medioactivismo en defensa de hidroambientes correntinos, grupos de vigilia anti-caza deportiva, pueden ser experiencias de alteridad, fogueo de formas de vida que, mirando la naturaleza, protejan versiones del hombre.
En cambio la “causa” natural en abstracto, con sus grandes empresas de verde promoción, evaporan la implicación concreta, subjetiva, con la naturaleza. Solo se cuida consecuentemente lo que se ama y solo se ama lo que se conoce. Naturaleza: experiencia humana o nada. Experiencia de naturaleza desde, incluso, la propia ciudad: esas raíces que rompen veredas, esos yuyos y pastos que se elevan entre los adoquines del empedrado, al decir de Florencio Escardó en su Geografía de Buenos Aires (Eudeba, 1945), “muestran que el piso de Buenos Aires es un permanente ensayo de piso sobre la pampa insurrecta”. Experiencia de esos lugares –el bosque, la montaña, el río- no “iguales desde siempre” y amenazados de cambio por la degeneración humana, sino “mutantes siempre” y que enseñan la lenta firmeza del devenir contingente. 

Publicado en Inrockuptibles de agosto - Con Libertad Fructuoso

Friday, August 03, 2012

Llorar para arriba

"¿Se puede ser alguien que escribe y no ser mala persona?" es, creo, la piedra angular del nuevo baulcito abierto donde Juan Manuel Sodo busca algo y da mucho: 

Friday, June 29, 2012

¿Qué más querés?


El kirchnerismo se impone. Cincuenta y cuatro por ciento es poco, el kirchnerismo se impone más allá. Su retórica mesiánica, su liturgia totalista, pan-nosótrica, argentina, invita festivamente y bajo amenaza; su destreza de organización fáctica del progreso, por otro lado, hace de las criticas opinión: opinión de actores disgustados pero finalmente partícipes de lo que hay. Sean empresas de periodismo independiente que cobran del fragor de Fravega, sean líderes sindicales y políticos de la izquierda que chillan montados al activismo productivo (“productivo” en su sentido verdadero, o sea amplio), sean pensadores a los que les va bien. El kirchnerismo logra ese estatuto opinológico de las criticas; logra también, acaso, que las criticas vitales, de las vidas que estallan, de las vidas que no llegan a armarse, en el actual curso de cosas, sean imperceptibles (lo perceptible pero sin efectos cuenta como imperceptible).

El kirchnerismo se impone porque si antes resolvía hacia la izquierda cuando se veía jaqueado, cuando estaba débil (como el enfrentamiento con un par de empresas mediáticas después de haber perdido con el sector agropecuario), parece que ahora, en cambio, usa el envión del 54 por ciento para liberarse de las cadenas de Moyano y prescindir de los capitales de Repsol (pasa de resistencia a autoridad, dice Diego). Y sustituye, un poco (de nuevo, en principio decimos “parece”) la red territorial de intendentes por esta nueva juventud maravillosa (cuando hace tres, cuatro, cinco años, se criticaba o alertaba la ausencia de tropa política específicamente kirchnerista). Aprueba por supuesto la Ley Antiterrorista, y reivindica a los piqueteros del pasado amenazando a las posibles “patrullas perdidas” que sigan en lucha sin anoticiarse del gran cambio que vivió la Argentina: ahora, vamos ganando.

La Ley Antiterrorista, cuya lectura minuciosa seguramente cause más de un ataque de pánico, refuerza la legalidad de esa persecución, bajo el ideologema de que los descontentos o inconformes no entienden “el proceso” que vive el ispa y por lo tanto son parte del pasado, la historia los va a enterrar. No todo es rosa ciertamente, pero bueno: tenemos una muerte digna, con apellido materno. Los ministerios hacen cosas y lo de YPF fue hasta una sorpresa para los exigentes, ¿Qué más querés?



Saturday, June 16, 2012

Autocracia (el motor eterno...)


Agustín J. Valle en diálogo con Rubén Mira  
Publicado en Crisis #9



Cada mundo tiene sus evidencias, se sabe. En la Argentina post‐datos ‐tal como se ha bautizado en esta revista al estatuto actual de las estadísticas macroeco‐nómicas‐ las creencias son una cuestión de deseo. El problema entonces no es tanto que Clarín o el Gobierno mientan, ni siquiera que creen realidades simplificadas. Ellos presentan la evidencia de los mundos a los que adhieren.

Vamos a suponer buenos los números sobre la industria automotriz que constituyen el orgullo oficial. Vamos a tomarlos como postulados, porque la discusión sobre la realidad de los datos olvida que puede discutirse la calidad de los mundos que en ellos triunfan.

[...]


Los países, las regiones, los lugares, pueden tener crisis esplendorosas, así como bonanzas empobrecedoras.

Y no sólo las penurias y explotaciones de un orden social merecen ser criticadas. Los cambios sociales son disidencias fácticas a los modelos de felicidad dominantes, al régimen objetivado del deseo. Al fin y al cabo, decía Saint‐Just el jacobino, solo luchamos por lo que amamos; todo lo demás es consecuencia. Aceptamos el panorama de bonanza. Pero no habitamos panoramas, sino el medio.

Buenos Aires arde de vitalidad; Buenos Aires no da para más.


[...]

[Texto completo]

Wednesday, May 09, 2012

Manifiesto de la quema de autos


Cosas que se reciben por mail:



La acumulación de autos es un síntoma de nuestra pobreza. 

La fiebre automotriz desprecia la vida, en los veinte cuerpos que hace cadáver cada día -y los que tullida- pero también la vida posible para todos, la indeterminación del arco de las ansias, el repertorio común del querer.


Convertimos en humo lo que hay que desear. Algunas alegrías simplemente están mal. Un bicho humano ocupa un auto y, si no resiste a la poderosa inercia subjetiva contenida en la maquina, sus semejantes pasan a ser estorbos materiales para la realización de su máximo beneficio (estar yo-ya-allá).

Es hasta obvio, es lo que hay que hacer: la belleza del fuego nos une por sobre el respeto al confort, nos ilumina y nos calienta. ¿Qué más, en esta vida, que luz y calor? Pero hay luces que solo iluminan a quienes moran la noche. Qué más, quemás… Nada como los autos, brillantes, privatistas, vulgarmente lujosos, merece tanto sacrificarse en llamas.
  
No sabemos por dónde puede caer el orden social; todo está fomentado, en este productivismo general. Es precisa una refundación de la desobediencia. Desobediencia ignorante pero sensible; tanteo y entrenamiento. Empieza por lo obvio. No sólo sustracción de lo obvio, sino atentado público, visible: la quema de autos es una ofrenda al barrio.

La subjetividad automotriz es el obvio de nuestro tiempo, una obviedad que logra pasar por alto la evidencia. Si el auto es herramienta, es herramienta de un deseo; fetichizado, es el objeto mismo del deseo. Cuatro ruedas para no viajar, para consolidar. El vehículo sustituye al paisaje, e inunda con saber el querer. Se quiere la capsula que sea vista, más que miradora. (“Puro auto sin móvil”). Hasta la palabra “viaje” es usada para nombrar traslados que igualan cualquier cosa -ciudad, campo, montaña- como superficie donde habitar el auto. La afección es una sola. Sobre la muerte consumada del viaje, también se matan los destinos.

Por eso aparece la obsesión con la muerte: el auto no asiste a una perspectiva de vida, sino que encapsula la imagen de la vida en ese microclima cerrado, una nave casi alienígena en la que se atraviesa la ciudad sin estar en ella.

Los auteros tienen un poder material real. Alienados propietarios, absorben para su auto-representación el poder de la máquina y pueblan la calle con su potencia armada hecha arrogación de derecho –derecho por fuerza de matar.  

Los autos más queridos están armando la sobrevida privada en la catástrofe; una salvación vía blindaje, atropello y abandono.

Preferimos que haya una violencia nuestra. Agitamos el hastío, nos damos lugar en el acto.

No queremos lo que hay pero el suicidio no nos seduce.

Nos inspiramos en los locos que animan la desproporción. 

Mordiendo la comodidad como perros rabiosos.

Seguimos quemando autos.

Seguimos organizando la rabia.

Wednesday, April 11, 2012

Greil Marcus

…la naturaleza nos es extraña y aun asi tenemos la obligación de intentar una conexión moral con ella.

[en El basurero de la historia]

Friday, March 23, 2012

El caso Rogelio Aguas (poniendo mi granito de caca)

De la flamante usina Moviditas Casi Nada:



Es obvio

Como dice nuestro amigo Pez, hoy es prácticamente imposible estar en contra del discurso ecológico, del ambientalismo… La ecología se ha transformado en la moral de la época (doble como toda moral, claro). Si hablamos de los megashows el problema es otro, pero la fuerza de la obviedad es la misma: hoy son irrefutables la maravilla, el genio, las virtudes de Roger Waters y su espectáculo. Los nueve River, record absoluto y por lejos de convocatoria en la historia nacional, constituyen una imagen de consenso llamativamente a tono con el 54 por ciento del país de la Buena Gente.

Ante tanto consenso, si no vamos a ir a verlo es mejor pasar desapercibidos, y, llegado el caso de ser descubiertos, decir que no tenemos guita o alguna otra imposibilidad ficticia (porque ¿no tenés guita? Dale, rata, si te va bien...). La sola idea de que no querramos ir a verlo, de que ni siquiera si nos regalaran la entrada iríamos a verlo, es impronunciable. Hablar mal de Roger Waters y su espectáculo va tan a contrapelo de la obviedad circulante que da miedo. Waters es el bien, la calidad y el mundo. ¿Cómo decir algo que no sean elogios a Roger Waters y su espectáculo sin sentirse un resentido o un excluido, un paria, alguien que reniega de lo común? Another brick in the wall…

Es cierto, no ir a ver a Roger Waters da cierta sensación de quedar afuera. ¿Afuera de qué? Del amigable y cálido público argentino. De ese ser nacional que identificamos con el mejor público de rock, el más afectuoso… Los argentinos somos… especiales, somos únicos los argentinos, todo el mundo lo reconoce, no hay otro público igual, el calor, el aguante, la pasión, la capacidad de gozar, y ahí vamos entonces, cobijados en la identidad nacional, ese universal inclusivo, el que queda fuera es porque lo elige y si elige quedar fuera es enemigo. ¿No querés divertirte, pasarla bien como todos? Hay que pagar, por supuesto, pero lo vale, ¡y que lindo pagar por algo que lo vale, buena guita!

Un espectáculo impactante

Una palabra parece ser bastante exacta cuando se trata de describir el espectáculo de Roger Waters: impactante. Es impactante. Impactantes son los accidentes, las peleas, las imágenes. Que impacta. Impactar es chocar contra una superficie. Es también impresionar, conmover. Impactado, atónito, paralizado por el espectáculo, tomado por las sensaciones que de pronto retornan del pasado vivido. Tomado, paralizado; sujeto bien sujeto a las emisiones externas que recibe.

Hace un tiempo, un amigo decía algo simple y hermoso. “Las bandas que me gustan son esas que, cuando las escucho, me permiten imaginar un mundo. Cuando escuchaba a los Ramones de chico, por ejemplo, me imaginaba el mundo de la calle. Y no era por el contenido de las letras (el mensaje), sino porque la música expresaba de algún modo ese mundo o permitía que lo imaginara. Esa es la diferencia entre la música genuina y la comercial.” Imaginamos un mundo. Imaginamos. Imaginar es un trabajo. Cuando pienso en alguien imaginando, lo veo en movimiento, lo veo tomando algo para sí.

Imaginar es una actividad. Estar impactado o ser impactado es un efecto (pasividad). Dos operaciones bien distintas, o mejor, una operación y una disposición.

Las imágenes, la tecnología, la técnica, impactan. Sin dudas, el espectáculo de Roger Waters es de un despliegue técnico tal que resulta fascinante. Tan cargado, tan lleno, tan perfecto, tan completo, ¿qué más podríamos imaginar? Nos derrota por completo.

“Yo estuve ahí”

Qué compramos con la entrada de Roger Waters. ¿Compramos una imagen de nosotros mismos?, ¿un tema de conversación con miles?, ¿la sensación de pertenecer a una movida? Compramos un “Yo estuve ahí”; yo no me quede afuera. ¡Una experiencia!

El “yo estuve ahí” describe al público y a Roger Waters, a Roger Waters como réplica de sí mismo. Las réplicas son imágenes que se proyectan al pasado, nunca al futuro. Un pasado donde todo estaba tan, pero tan claro… Los malos, completa y únicamente malos, y la gran masa de nosotros, corderitos de bondad. Hoy podemos recordarlo en una fiesta.

Una ideología de escenografía

Lo impactante es por un lado el sonido, que ya no se remite a proyectar lo que pasa en el escenario hacia adelante, sino que toma al estadio como diagrama potencial de espacio sonoro, superficie envuelta, encerrada en el audio que atraviesa los cuerpos: todo sonido es vibración. Y, por otro, lo impactante es la pantalla: el muro, the wall, que es más ancho que la popular de river, es todo él la pantalla donde se proyectan imágenes. Se reproduce lo que pasa en el escenario (aunque he oído que pasan imágenes de otros shows!), cosa que agradecemos porque la verdad es que desde la tribuna no se ven más que manchitas apenas móviles, que asumimos son Rogelio Aguas y sus músicos. Lo cierto es que podría ser cualquier otro, él podría no estar, y no se notaria la diferencia; el fervor no es por verlo, es por saber que está ahí. Que ese pedazo consagrado de mundo vino a nuestro encuentro. Y ahí estamos, acá, en el mundo. En la historia. Él, Roger, Rogelio, es nada, es todo.

Victima de libertad

La gigantesca pantalla emite (en realidad recibe y reflecta), aparte de la ampliación de lo que pasa en el escenario, muchas imágenes y animaciones pregrabadas, algunas de la iconografía original de The Wall y otras añadidas con el tiempo, ampliando lo que forma parte de la iconografía de la obra. Esta parte es notable: un nutrido circuito de fotos de víctimas es el fondo escenográfico, el hilo narrativo moral del show, articulado en torno a un pacifismo que alerta sobre los flagelos de la guerra; así, con total amplitud, “la guerra” y “las víctimas”. Republicanos fusilados por el franquismo, partisanos ejecutados por los fascistas, pero también niños iraquíes desnutridos (su penuria ya tiene una relación menos directa con los opresores, que igual quedan claros), familias paquistaníes destruidas por ataques de aviones no tripulados, desaparecidos argentinos en la última dictadura, muertos yankis en el atentado a las torres gemelas: víctimas y víctimas del mundo, apilándose luminosas sobre el muro de Aguas. De la guerra un show. Cuando dedica el recital, la fiesta músico-tecnológica, a los “desa-parecidos”, la coincidencia con la prosperidad del consumo bienpensante kirchnerista alcanza su paroxismo. ¡Nueve rivers!

Este licuado moral tiene un momento chispeante cuando el muro proyecta animaciones de aviones que, en la noche, arrojan cataratas de símbolos sobre territorios inciertos: un avion tira miles de cruces cristianas, otro miles de hoces y martillos, otro estrellas de David, la lunita con estrella árabe, la esvástica, y los silbidos aparecen cuando esa línea de homologación presenta una vertiente de… ¡conchas de Shell y estrellas de Mercedes Benz! Los otros símbolos son la formación histórica del poder moral victimista, estos, de empresas, encarnan a los que rompen en mundo actual (aunque elije empresas holandesa y alemana, no britanica…). La condena es unánime en el millonario show. Todos contentos. Más que nada Waters, claro, que, con una envidiable capacidad de no aburrirse, toca de punta a punta la gran obra que compuso hace treinta y cuatro años (solo mete una diferencia cuando agrega a un tema un final tipo bossa’n floyd bastante triste), y representa al arquetipo del déspota, vestido de cuero negro con las marchas militares detrás, esos martillos de andar marcial, y, delante, una fervorosa multitud que lo vitorea, lo sigue, le sigue el juego, en un momento se da el gusto de agarrar una ametralladora de mentira pero que tira salvas resplandecientes, y suena, como en el disco, atronando la atmósfera del Monumental, ametrallando al público, el juego de Waters con un control de la situación, una capacidad de creación técnica del escenario afectivo calculado, un dominio de la atención masiva y una cerrazón de filas con tan efectiva diferenciación entre los que forman parte y los que no, que serían la envidia de cualquier déspota del siglo pasado que viene a parodiar.

Imágenes que no insisten

Las fotitos del megalómano chow escupen cuanta corrección política se nos venga a la cococha: “we are against the war”. Los muertitos no inquietan, no joden, son de lo más tolerables, nada muta (todo sigue igual diría el Pity), las imágenes reiteran lo sabido: la gente se muere en tempos de guerra. Y la guerra es sutil en su modo de operar, de exterminar: nos pisa los talones, nos respira en la nuca. Andamos tan saturados que nos aguantamos la belicosidad cotidiana: hay una guerra de modos de vida.

Una imagen de la muerte que no hable de la vida (como tanta basura porno feisbuquiana) no tiene ningún efecto-fuerza. Muertes sin imágenes de vida, caras con vidas borradas; no importan. Nos queda a nosotros -en otro tono, con menos guita y cero seguidores- mostrar que hay vida antes de la muerte. Nos queda insistir en algo que nos afirme más allá de la conciencia. I wish you were here.