Wednesday, December 14, 2016

Si nada me conmueve (linchamientos al gobierno)

Texto escrito en marzo de 2014, en un estado de conversación con Bruno Nápoli, Juan Sodo, Andrés Pezzola, Sebastián Stavisky, Pablo Hupert y Damián Huergo. Publicado en el libro "Linchamientos, la policía que llevamos dentro", organizado por Ariel Pennisi (Ed. Quadrata - Pie de los hechos).

Toda la carne al matador
La pobreza, la pobreza, se habla de la pobreza, pero el problema a pensar en la Argentina es la riqueza (y la pobreza, un subtérmino de la riqueza).
Diciembre permite pensar marzo. Si algo muestra nuestro decembrismo es la cercanía íntima entre fiesta y quilombo. En diciembre hay agite, y el agite, una vez que pasó, deja corridos los ejes de gravedad, o cuanto menos los exhibe. La vida común es regida por el imperio de lo obvio, y diciembre corre el núcleo de la obviedad. En el de 2013 sucedió que la prensa, sin producir escándalo, informó que en un country de Don Torcuato la empresa encargada de la seguridad privada dicta cursos de tiro para los vecinos, y les vende armas con munición e goma. Amas de casa y empleados corporativos se adiestrancon rifles en el arte de tirar. La realidad última de la riqueza es líquida, y es necesaria violencia para impedir su derrame o evaporación, la natural tendencia de la humedad a emparejarse. Fuego para cuidar la liquidez.
Diciembre de 2013, entonces, fue fiesta de saquear (recordemos la huelga policial) y fiesta de matar: hubo linchamientos, pero no fueron fatales y no llegó a noticia; en marzo, en cambio, los linchamientos se imponen como tema de agenda: porque diciembre es el desmadre y se lo acepta como tal, mientras que marzo muestra la actualización de la normalidad. “¿Qué hay que hacer si atestiguás un linchamiento?”, fue una pregunta que motivó debate en redes sociales en este marzo; la pregunta misma muestra que el dispositivo-linchamiento –dispositivo político y en cierto sentido estatal- es percibido dentro de la nueva normalidad, y por eso espanta más ahora que en diciembre.
Los linchamientos plantan un código penal en Argentina.
La historia, no como relato de la esfera política sino como fatalidad de armados y roturas, enlaces y capturas, se escribe con los cadáveres públicos; los muertos del conflicto social son las verdaderas letras de la historia. Pero los muertos no pueden contar su versión ("En lo tocante al sacrificio y al espíritu de sacrificio, las víctimas no piensan lo mismo que los espectadores; pero en ninguna época se las ha dejado hablar", Gaya Ciencia), y a algunos se los sacraliza, a otros se los hace hablar cual chirolita, otros quedan mudos. Los muertos sin voz son puro cadáver, reconocidos como muertos políticos pero no como portadores de vidas políticas; carne silenciada, aceptada en su politicidad solo en la muerte, negada la politicidad de su vida. Por eso esas vidas, obturadas como puntos de vista políticos, son las que deben escribir la historia política de la riqueza.
Ahora, ¿solo queda el cinismo entre el fascismo y la moral bienpensante ante la epidemia de linchamientos? ¿Vale de algo hablar, juntarse a estar de acuerdo, indignarse con más o menos altura? Pero el dolor mueve a pensar y pensar a entender y entender a conocer, al menos: lo menos que puede hacerse por un acontecimiento es comprenderlo, dice Ortega.
En diciembre se corre la gravedad y alguna sangre –porque se segmenta la sangre- queda más cerca del suelo. Hay mucha historia disponible para naturalizar que la sangre de los indios, cabecitas, negros, chorros, se vierta en la tierra, para sostener la consustancialidad entre esta tierra y esa –determinada como esa- sangre, la sangre oscura. Una comprensión macabra e invertida del ideologema “la sangre de esta tierra”, la más infeliz versión de la ofrenda líquida a la Pachamama.
Comer carne humana no es tan raro en la historia, en la historia humana, en la historia nuestra; y el entusiasmo multiplicado por linchar que difunde la tele (salve Rey) se entiende más hondamente leyendo la ontología caníbal de El entenado que leyendo el linchamiento con que nace la literatura argentina en El matadero. Echeverría denuncia la vileza (y el que denuncia se exime, higiénico), mientras que Saer describe el fragor, la ebriedad de la fiesta de poseer radicalmente un cuerpo ajeno. Un ritual que cumple una función: reconfirma que, ante la potencial igualdad, nosotros somos los que estamos en el lugar actual de sujeto humano, y conjura, a la vez, la adherencia indistinta que tenemos con el mundo todo, y que nos hace, por tanto, insignificantes.
Comprendido como una función subjetivante específica, el canibalismo puede verse actuando aún sin gastronomía, y es la escena de veinte tipos peleándose para llegar a la primera fila de darle a uno tirado en el piso, dejame que vos ya le pegaste bastante; la disposición total del cuerpo ajeno.


Economía política y lucha de clases
La violencia es inherente a la existencia, pero las formas de la violencia trafican afirmaciones sobre las relaciones sociales.
El linchamiento es un artefacto político de producción de desemejanza. Producción efectiva, performativa, de desemejanza.
Los saqueos expresaban que hay muchos que quieren consumir como todos; los linchamientos expresan que hay muchos que niegan que todos somos todos.
El robo es un movimiento económico. Una mercancía pasa de un lugar a otro. El valor –de cambio- es inalterado. El linchamiento es un movimiento político: se apropia del cuerpo ajeno –esa mercancía- y lo usa para producir la desemejanza, para producirse como un estamento distinto casi antropológicamente, es decir como clase diferenciada.
Lejos por supuesto del valor del producto robado, el choreo enfurece porque impugna un modo de vida: “yo, que me rompo el orto laburando”… El trabajo cumple una función política; organiza un cierto orden de los cuerpos y sus acciones. Cuando el ánimo vital que mantiene ese orden –ánimo moral- se ve burlado, responde ya no con la racionalidad económica que presuntamente lo rige, sino con la racionalidad política que lo subyace. Linchar, así, es ante todo la declaración efectiva de que nosotros podemos tener un cuerpo a disposición. Acaso haya que pensar que Marx definía la clase por la relación con los medios de producción pero porque a través de esa relación –propietaria o no- con los medios de producción, se establece una potestad sobre cuerpos ajenos.
Los que asumen natural tener cuerpos a su disposición, esos no linchan, tienen garita en la esquina; o tienen mucama (en blanco, con aportes!) y el salvajismo les parece mal. No cuenten conmigo…
Los que precisan devenir horda asesina para tener cuerpos a disposición, muestran la fuerza de la aspiración burguesa -aspiración que es la subjetividad del acto, no estructural de los ejecutores, y burguesa en su condición guerrera, y no de sillón….
El choreo en cambio alimenta mercantilmente mi mismo lugar en el orden social, me reconfirma como consumidor. Huelga decir que abundan chorros crueles que gozan el poder de matar, pero no sólo es, por eso mismo, como mínimo impreciso llamarlos chorros, sino que hay una distinción sustancial entre matar y linchar: el linchamiento instaura un nosotros y una legitimidad pública de esa potestad de nosotros. Nadie es asesino, no se sabe qué patada lo mató –muy, pero muy parecido al pelotón de fusilamiento, inventado para que nadie cargue en su conciencia la certeza de haber disparado la bala asesina-. Hay chorros hace rato re zarpados, pero en ese zarpe hay un goce del poder (como la yuta) y no del robo; e incluso un deleznable Baby Etchecopar es políticamente más democrático que el fascismo que vemos hoy: el tipo estaba preparado para defenderse y atacar y matar él, de nombre a nombre, de Baby a malvivientes que morirían de pie. El asesinato es una forma del vínculo a fin y al cabo; el linchador no es ni siquiera un asesino.
Por eso es insensato decir que “debieran llevarlo a la comisaría”. Por un lado porque el linchamiento declara una anunciada actualización de la economía del poder donde la cárcel se desvaloriza como bono tercermundista. Pero básicamente porque todo horizonte de castigo –entendido en su etimología de hacer casto, de limpiar- implica una conversión del rol político del capturado, y el linchamiento lo que hace, precisamente, es reconfirmar su lugar político de otredad.
No vi a nadie linchando a Cavallo…” Claro que no: se le hizo un escrache. Que es políticamente mucho más alterador. Hay una escena maravillosa en el film 1900: los combatientes populares vencieron al fascismo y a la oligarquía, y en el pueblito donde transcurre la historia, un grupo de partisanos amateurs (amadores) rodea al patrón, al terrateniente, lo tienen tirado en el piso y se debaten si matarlo. “¡Hay que matar al patrón!” es la consigna obvia, pero el líder emergente de los luchadores corta en seco y dice: “No: el patrón ya está muerto”. Habían suprimido el lugar político “patrón”; quedaba el cuerpo que lo había ocupado, no tenía sentido matarlo. El escrache, entre nosotros, buscaba también suprimir un lugar político: el lugar de “buen vecino” que gozaba el torturador, el lugar de “gurú económico” que tenía el ejecutor del empresariado neoliberal… El escrache suprime una investidura política, y necesita que el escrachado viva para exhibir su desmentida; el linchamiento, en cambio, reconfirma una investidura política en el cadáver del antónimo. Es un movimiento propio de la lucha de clases, que extrae plusvalía de cuerpos ajenizados. (Neoliberalismo como economía política existencial).

Mucha tropa riendo
La increíble pobreza de la consigna No cuenten conmigo (iniciada por Javier Núñez en Rosario/12) da cuenta de la profunda derrota popular de la moral progresista. ¿Salió del mismo horno que inventó la expresión auto-exculpatoria de “los dos demonios”?, onanismo auto-salubre que declara que el mundo es feo pero a él no le gusta; resulta enemiga, así, la moral progre, a la pregunta por una ética interna al conflicto. Pegarle a uno que arrebata a una piba con un bebé; pegarle a los que lo linchan; no sabemos cuál es la conducta ética: es una pregunta. (Pero sí sabemos que la ética solo está en juego en situaciones apretadas, de apremio, en caliente). Es una pregunta y no una certeza de estar eximido: ese extremo repliegue en la bondad individual muestra la raigambre liberal del progresismo (yo, yo, yo), su idealismo apocado, su actual divorcio de la calle. Tanto más efectiva es la consigna del fascismo vecinal: uno menos. Una consigna activa, para el que lo mira por tevé…
Y mientras, hubo uno, uno, que actuó como es lícito conjeturar que actuaría Cristo: se tiró encima del cuerpo pecador para interrumpir la saña cruel.
Hay una disputa moral porque hay una moral linchadora; por eso es grave, porque tiene fuerza de gravedad.
Si el trabajo es lo que en principio establece la propiedad del nosotros linchador (ser trabajador es ser decente), luego, cuando se pudre la cosa, el rasgo de pertenencia cambia; la gente decente es la trabajadora en principio. Los efectos siempre exceden a sus causas, y, en el arrebato caníbal, aquel que se oponga, aquel incluso que simplemente no se sume al festín, pasa a ser enemigo, está del otro lado. Es notoria la demanda –por ejemplo en los comentarios de las primeras notas sobre el asesinato de David Moreira- a que, en casos así –de golpiza y linchamiento- “salgan todos eh, no sean cobardes”, “si no se comprometen, no se quejen después”.
De ser trabajador –lugar político revestido de destino económico-, el nosotros vecinal, en el conflicto donde su modo de vida se ve burlado y pasa a actuar desde su rol político desnudo, mueve su eje a la disposición asesina: el que no está dispuesto a mojar sus manos con la sangre de los negros, no es nosotros. Trabajador como definición económica; linchador como definición política. Pero después se vuelve a la llana buena gente. Entrar a los perfiles de facebook –es decir a las presentaciones públicas- de los comentadores pro-linchamientos (gran mayoría por ejemplo en las notas del diario La Capital de Rosario sobre Moreira) es ver fotos de buena gente, que le gusta la música y ama a su familia, que sonríe y va a las cataratas. Como dice Andrés Pezzola, la bipolaridad no es una patología, es una adaptación al medio: salgo a la calle-puteo-te paso por arriba-me cago a piñas-lincho / llego a mi casa-juego con mis niños-me saco fotos-las subo a facebook-me pago un asado para mis once mejores amigos. La experiencia permanente en la vida chota y la exigencia de buenaondismo, entre la puteada rajada como forma de estar en la calle y el ser copado que impera en la sociabilidad privada. Riendo en las calles, mucha tropa de civil.


Inclusión en tanto qué
Que a la inseguridad se la combate con inclusión es una consigna profundamente racista, dice Bruno Nápoli (¿políticas de inclusión para el banquero ladrón, para el comerciante evasor, para… o sólo es por los pobres la inseguridad?).
Pero además, entre diciembre y marzo (la fiesta de saquear, la fiesta de matar; ahí están las mercancías, ahí están los cuerpos: vi luz y entré…) se ven los límites del modelo de inclusión de la década. Porque no existe la inclusión “a secas”. Los saqueos como delirio deseante realista (instauran realidad), y los linchamientos como ajuste de las capas de inclusión, mostraron el horizonte de inclusión como inclusión en el consumo y en la vida puesta a laburar; o más puntualmente: hay capas poblacionales a las que se las incluye en tanto que pobres. Inferiores incluidos, pobres con consumo, reconfirmados en su rol de pobres. (Y hay que pensar además la violencia que les toca a los excluidos ya no de un modelo que asume la exclusión –a los que el Colectivo Situaciones definía como “incluidos como excluidos”- sino a los excluidos de un relato de inclusión: suprimidos incluso del imaginario).
Una masa de gente integrada al consumo pero consolidada en una posición de inferioridad, de menos, y de movilidad absoluta pero inmovilidad relativa; aumenta la inclusión, y el consumo, mientras se refuerza la diferenciación de estamentos (y la extranjerización): “Las diferencias sociales se han agravado, porque tenés una capa integrada en la dependencia de la ayuda social, que participa siempre pero viendo la riqueza ajena, y en torno a la cual se genera resentimiento de los sectores de pequeños comerciantes y trabajadores con autos y chalets…”. El que lo dijo fue Felipe Solá, en diciembre; sabe Solá que los saqueos consuman el modelo de la década (modelo libidinal-mercantil) porque consagran la mercancía, pero, al impugnar al mercado (quiero el producto y rompo el almacén), tambalea la gobernabilidad. Massa justificó los linchamientos porque lo que más le importa es conectar con la emocionalidad popular opositora, pero no lo haría, el mismo Massa, desde el sillón presidencial; por eso Solá –que sabe más por viejo-, massista hoy, condena sin matices el linchillo-fácil.


El Estado es cualquiera
Linchamientos hubo “siempre”, pero no se llamaban linchamiento. El nombre es herencia de cuando un juez yanqui (Charles Lynch, en 1780) instó al pueblo a matar con mano propia a unos acusados de monárquicos (es más: a unos acusados absueltos por el jurado). Nótese entonces que esta práctica que se supone tiene su esencia en la ilegalidad, y antigua cuanto menos como María Magdalena, acuñó su nombre definitivo cuando fue validada por un juez.
El linchamiento tiene implícita la legitimidad del Estado.
Otro señalamiento de Nápoli: que en Argentina esté lleno de tipos sosteniendo que “hay que matarlos a todos [para sostener nuestro modo de vida]” sólo es posible porque –o no puede desligarse de que- hace treinta y cinco años –y hace ciento treinta y cinco- lo dijo el Estado explícitamente (tanto Roca como Perón como Videla como…). Como enunciado, porta la legitimidad estatal. Sólo que ejercida por grupos barriales autónomos.
Volvió la política, también, por derecha. No debería extrañar que durante una década de insistencia oficial en que la política volvió desde arriba y en que los derechos humanos consisten en la justicia en crímenes cometidos hace décadas, la herencia de la politización de 2001 creciera justamente en el terreno no alcanzado por la pragmática gobernante.
Por cierto, en 2010 pensamos que la 9 de julio del bicentenario era el cierre de 2001 (lo decía el músico Pato Suárez); pero esto, este nosotros vecinal de fiesta fascista, y esta estigmatización tan pero tan nítida de las motos, que en 2001 fueron estampa de la resistencia en el centro porteño, constituye ya no el cierre, sino la reversión de 2001.
Y el reverso, porque 2001 instituía situación al declarar la destitución del Estado como entidad subjetivante, y, ahora, los linchamientos muestran cómo el Estado volvió “en forma de fichas”, cómo el Estado es una racionalidad dispersa, atomizada. Del agotamiento a la cualquierización del Estado.
La caída del monopolio de la soberanía estatal no es, parece, el fin de la soberanía, sino su atomización. Si la soberanía es la potestad de declarar la exclusión de un cuerpo del manto de garantías legales, es decir, desinvestir un cuerpo o un territorio del estatuto político normal, o, aún de otro modo, establecer el famoso estado de excepción (el que pone la ley se prueba en su rol al poder suspender la ley), vivimos una política de dispersión atomizada de la soberanía, donde cualquiera es soberano, donde la potestad para suspender la condición legal de un cuerpo ajeno, de manera legítima (pública, sin pudor, etc.), está disponible, rondando… una post-soberanía, dice Pablo Hupert, donde en los sitios sin “agentes del Estado”, como se llama a la Policía, sí hay en cambio operatoria de Estado.
Autorrepresentados como trabajadores, son consumidores, ante todo, los que sostienen la bondad del linchamiento. (Que ante la “acusación” de “fachos”, no contestan negando, sino retrucando que “se nota que a vos no te encañonaron a tu jermu”). Como señalaba Lewkowicz, el ciudadano –soporte subjetivo del Estado-Nación- tenía derechos y obligaciones; el consumidor, en cambio –soporte subjetivo de la era del mercado y el Estado posnacional-, tiene sólo derechos, sólo que ninguna garantía. De ahí sus innatas características de quejoso, demandón y, también, miedoso. “Nos tenemos que cuidar entre nosotros, es una vergüenza”, decía una vecina cordobesa a la tele, una noche decembrista. Una vergüenza. La autogestión del cuidado es un imposible para la subjetividad consumidora. (Para eso, se ha dicho, tiene que venir el Estado, y dejar en cambio de subsidiar chorros…). Al no vivir con una política vital de cuidados, si no nos proveen cuidado, no se concibe la posibilidad de organizar una forma de lidiar con los peligros, de organizar un cuidado desde nuestra potencia vital; la única posibilidad es suprimir de raíz la amenaza. No se puede vivir con riesgo porque no sabemos cuidarnos, hay que matar al riesgo y que escarmienten sus amigos. La ausencia de auto-cuidado del vecino consumidor tiene como envés la crueldad. El peso de tener que cuidarnos nosotros se convierte inmediatamente en derecho de matar, derecho de linchar.






Wednesday, November 30, 2016

Cómo conseguir chicxs (sobre las redes de citas)

 
 Por Juan Manuel Sodo y Agustín Jerónimo Valle; publicado en Revista Crisis.

Fuimos siempre imágenes, cuando menos desde el charco reflejante, que, acaso, haya sido el mismo que el verbo onduló dando comienzo.

1.
Marcos 33, diseñador y baterista; Jimena 29, repositora en Easy; Facundo 37, empresario de software; Sandra 38, ejecutiva de cuentas; Diana 35, profesora de educación física. Cada cual su divisa: “Amo los asados, el vino y lo simple de la vida”, “Sé reírme de mí si vos también”, “No tengo jefes y no quiero que nadie me diga cómo vivir”, “No confundas mi personalidad con mi actitud”. Y las fotos. Una mirando hacia arriba con trompita a la camarita que ella misma sostiene. Otra parada sobre una roca en un lago del sur. O con la torre Eiffel detrás. Uno, muchos, con torso desnudo ostentando músculos criados a conciencia. En la playa, en una pileta, manejando, en el baño, en el Machupichu. Otro con lentes oscuros y la guitarra, siempre la guitarra, de repente los chabones son todos músicos. Otra vestida de entrecasa con su gatito y gatito es para quilombo…
La pantallita, en principio, muestra un mosaico de fotos con nombre-edad-trabajo. Pero ingresando en cada persona hay más fotos y alguna frase (“Acerca de mí”). Bueno, “persona”: está claro que nosotros no somos eso, esas poses, frases de cabecera, no somos nosotros pero también sí. Somos lo que fingimos y por tanto debemos ser muy cuidadosos con lo que fingimos, dice Vonnegut (si un sinónimo habitual para “simular” es el giro “hacerse el/la”, ese hacer produce lo que simula, como quien se hace mucho el boludo, se hace el boludo, se hace y se hizo boludo nomás). Después te encontrás y te encontrás con la persona. ¿O sea que esos datos, lemas (“tengamos una charla copada, no una entrevista”), gustos (“viajar y ver series”), fotos de perfil, no eran la persona? Y viceversa, sabemos que el otro se encontrará, ahora sí, de frente, con nosotros.

2.
Personas-producto en la pantallita del amor: hay cantidad. ¿Cómo no excitarse, ante tamaña oferta de carne? ¡¡¿Todos estos quieren garchar?!! Oferta semiótico-luminosa de carne erotizada; pasar y pasar personas que se ofrecen; que, si están ahí, están dispuestas. Solamente Happn, la segunda red más grande detrás de Tinder, tiene 950 mil usuarios en Argentina, 690 mil en Buenos Aires (segunda en el ranking mundial de ciudades). A diferencia de un boliche o un bar, donde puede pretenderse que la presencia responde a otros deseos (escuchar música, reunirse con amigxs) y solo quizá surjan ganas de ligar, estar en las “redes de citas” (parece pero no es el nombre de la producción de tesis doctorales contemporánea), o redecitas, es para ofrecerse y solicitar.
Y en la guerra por la atención, cada quien con su estrategia: boquita felante (¿no es acaso el sexo oral -el sexo que se dice- el propio de las subjetividades habituadas a la conversación permanente y las fábricas de la charla?); gancho humorístico; cara seria y cool de “hay más en mí que lo que una foto puede mostrar”; primerísimo primer plano de las tetas. El paseo por la oferta es un estímulo fenomenal para el cuerpo sedentario. Cuerpo exprimido de la urbe mediática 24/7, que pasa pocos ratos lejos de pantallas (un viaje largo en colectivo sin el celu es... ¿Hay alguien al que no le guste el celular? ¿Cuántas cosas como ese gusto son tan comunes en conjunto social?). Cuerpos que van en el bondi elevando sus pulsaciones fotosensibles con la góndola de gente enmarcada en el rectangulito del celular, pasando ofertas a pura yema.
Al fin y al cabo cada persona es un mundo y detrás de ese Germán 34, de rulos y electricista, puede haber mucha carcajada limpia, o esa Paola 29 esconder una vibra sexual para el recuerdo, o Johana 39 estilista ser, incluso, capaz de mirarnos como nadie nos ha mirado. El potencial es infinito. Y, encima, brilla. Si ya acariciamos la pantallita porque sí (cada día alguna dedeadita sin motivo se le da...) ¿cómo no sumarle la representación de personas que auguran emociones sudorosas? La pantallita embellece, da rozagancia, nos mejora. Sujetos editados, de mil fotos elegimos cuatro, sujetos que son todo promesa pero con efectos inmediatos: no hace falta querer coger o conocer a alguien para entrar un rato a la red, estar en ella produce el ansia. Catálogo de personas al por mayor y puedo elegir la que más se ajusta a lo que me gusta; después, veremos. Tinder es Zonaprop: verte con tipos, ver departamentos… Mientras tanto (y, Saer dixit, somos ciudadanos del mientras tanto), la emoción de ver, la emoción del megustear, la emoción del crush (o “match”, es cuando dos usuarios declaran gustarse, y ahí se abre el chat...), no precisa más que esta fabulosa galería de homo sapiens en oferta. La tan mentada objetualización de los cuerpos ha alcanzado el sumum en la incorpórea virtualidad. 
 

3.
“Estar sentado en el inodoro, pasando minas en el tinder, y a los dos días estoy sentado en un bar y aparece una chica y me dice hola qué tal, soy Lis y estoy más buena que las vacaciones”. Salvo para quienes maquinizan con la educación sentimental yanqui (un mundo de película doblada de sábado a la tarde en el que la gente tiene hobbies, tiene citas y primero quiere conocerse, un mundo en el que la concepción de género dispone que el hombre es el activo y es el que propone); exceptuando a esos, hoy coger está para cualquiera al alcance de la mano. Mientras se está en el laburo, aburrido en el futón del monoambiente o esperando el tren. Levante multitasking de los que aprendieron a escindirse, training en respuesta automática, entrenamiento en estar sin estar, estando de un lado a otro en trabajos precarios. “Estoy usando el dedo a full”. Dáctilo-pornografía. La yema con la que ingresamos al mercado garchístico de los cuerpos, la que en los trámites de registros y migraciones nos hace ciudadanos.

4.
Por otra parte está la benemérita cuestión del control. Para entrar a la aplicación tenés que hacerlo vía tu cuenta de facebook (y hasta podes entregar los perfiles de facebook de tus amigos a cambio de más saludos gratis, chantaje emocional mediante, una noche de calenturismo que te copeteaste). El dispositivo geolocalizador de tu teléfono, tobillera electrónica, te va mostrando el punto del mapa en el que te cruzaste con tales y tales personas, la cantidad de veces y a qué horas; y si, megusteando, resulta que ambos os gustáis (“¡tienes un crush!”), se abre la posibilidad del chat (“hablar”). Para empezar, esto se inscribe en un marco de época en el que nuestra trayectoria urbana, el derrotero de la presencia corporal toda, es convertido en información. Dónde estamos en cada momento, qué movimientos son rutinas habituales, cuáles son ocasionales, a qué espectáculos vamos, cuánto tiempo en el shopping y qué fechas, etcétera, etcétera. La existencia extensa es trazada en un mapa, como si fuésemos potencialmente para alguien(es) cosa parecida a un ente enemigo cuyos movimientos analiza (¿O no hay una guerra para captar la vida? La guerra por la atención tiene al sujeto como fuente de información sobre sí constante, y captura cautivando). Niveles y tipos de actividad y todo combinado: ese día mandaste muchos saludos, entrás a mirar gente a la tarde, chateás en la oficina más que en tu casa y un largo etcétera de bytes acaso útiles mercantil y securitariamente: el erotismo como proveedor de información biopolítica. “Los argentinos se van a la cama tarde. Su utilización de happn aumenta con regularidad a lo largo del día. Entre las 20 y las 00hs se da el pico de likes. Las argentinas son las segundas más proactivas, después de las brasileñas”: información provista por la agencia de comunicación argentina de Happn.
Aunque el narcisismo (Narciso, el que se fascinó con su reflecta imagen plana) alimenta el control, el usuario puede descreer que exista o vaya a existir voluntad interesada y capaz de usar sus datos personales para algo. Lo que no puede es evitar verse reflejado en la vitrina de personas producto, personas paquetitos. No son datos personales, es la persona hecha datos. Los propios cuerpos se conciben a sí como conjunto de información tipificable. Seguramente nadie esté ni cerca de identificarse en pleno con la imagen que emite (aunque habría que ver), pero esto no modifica el hecho de que cada vez más el cultivo de sí consiste en procedimientos que implican habitar la concepción de uno mismo (y los otros) como paquete informacional que provee permanentemente sus actualizaciones. Desde ya, en la mayoría, o al menos muchos casos, quien usa las aplicaciones de citas no se come el verso y simplemente eso: las usa. Usándolas como “una herramienta más para conseguir citas”, creyendo y no creyendo al mismo tiempo, haciendo lo mismo de siempre pero de otra forma, las “redecitas” son una fuente harto útil para enriquecer la vida, vida que, Mientras Tanto, se habitúa a pasar por el procedimiento fáctico -ni más ni menos que habitual- de hacerse pasar como modesta constelación de datos.


5.
“Vas a un bar y ves que los flacos están todos con el celular mirando happn o tinder. Ya fue salir”. Si algo hacen estas redes es a) arrogarse un saber sobre vos (estás solo y caliente); b) infantilizarte (no podés solo); y c) facilitar: hacen mucho más fácil salir con alguien. Se alisa lo que era -y en paralelo sigue siendo- una experiencia rugosa con mayores complejidades. La lógica del aplicacionismo es esa: ahorrarte pasos, filtrarte mediaciones. De hecho el salto en relación a los chats de solos y solas que existen desde la masificación de internet, es la versión “aplicación” para el celular: ahora no es hace falta tener dificultades para conocer gente, ahora, para cualquiera, es más excitante, práctico, fácil y ahorrativo. Bañarte / Vestirte / Salir / que alguien te guste / que te vea / hablarle / llevarte el contacto para posteriormente otro día armar cita… Ahora te bañás y vestís solo cuando ya hay cita. “He tenido perfiles más claros y explícitos, con gustos de películas, diciendo que me interesa la política, y otras cosas. Restringe bastante, pero te ahorrás encontrarte con gente demasiado diferente a vos. Pero ahora lo tengo más abierto, no digo muchas cosas que restrinjan el target. La otra vez por ejemplo salí con una que trabajaba en marketing y era medio fanática del Estado de Israel; pero era una bomba. En este momento esas cosas no me las quiero perder; en otro prefiero encontrar menos pero más cercano en cuanto a gustos e intereses, que sepa quién es, no sé, Lula, Godard…”.
Ahorro sapiens somos, con aparatos para ahorrar experiencia. Y es que si algo compartimos los urbanitas contemporáneos es que no tenemos tiempo. Gente sin tiempo para experiencias carentes de utilidad prefigurada (si salimos es porque debería estar todo bien, el primer encuentro ya tiene una disposición clara). Y a la vez, paradoja, gente entrenada en el disponibilismo, en estar disponible para recibir y emitir mensajes en cualquier momento. Extraño es tener una sola ventana o chat activo por vez. Lo que fue clásicamente un problema de falta (¡cómo conseguir!) hoy es un catálogo donde hace problema la sobreabundancia. Una de las muchas redecitas existentes, Kickoff (“patada inicial”), ofrece los siguientes distintivos: “Calidad versus cantidad (mostramos solo personas que tus amigos ya conocen); Relevante (detalles que importan, tales como la escuela y el trabajo); Simple (tan solo unas pocas personas al día)”. ¿No es maravilloso? Tan solo unas pocas personas al día.

6.
Tan fácil es coger que incluso es muy fácil encontrarse a coger sin tener ganas; basta con solo la idea de que uno debería tener ganas, basta la máquina que lo supone, máquina social que coincide prácticamente con el territorio de la ciudad... “Acababa de separarme, re deprimido por la otra hija de puta que amaba como la mierda y me dejó, y de pronto estaba encima de una mina que gritaba como loca y yo la veía y pensaba quién sos, qué te pasa que gritás así, qué hago acá...”. La erotización que las redes del garche producen logra independizarse del estado erótico afectivo de los cuerpos. Se ahorra soledad. Y se ahorra también el proceso de acercamiento, que informa sobre el estado afectivo. Tan fácil es, que le ahorra al cuerpo los pasos donde podía ir indicando -enterándose- qué necesitaba. Muchos usuarios se cansan entonces del sexo fácil, del toco y me voy; cansados por la repetitividad de sus formatos, o por encontrarse actuando de deseantes, hasta pueden volverse conservadores: “Ya fue, pierdo tiempo, prefiero estar sola, y esperar algo serio. Igual, tengo el perfil. Cuando me separé, me parecía que ya todos estaban en pareja y yo me iba a quedar sola. Tinder en ese sentido fue un punto de inflexión para mí. Me hizo ver lo solos que estamos todos”. Con poco más de tres años de vida, el Tinder está presente en casi todos los países y ha alcanzado los 10 mil millones de matches: más matches que gente.

Friday, July 01, 2016

Eternos laureles

Los que criticaban la grieta o brecha sintomatizaban el tabú de la antigua, rayana en lo invariable brecha constitutiva de este suelo. De un lado los cuerpos que valen; del otro, los que a lo sumo sirven.

Que el gobierno anterior tematizara esa brecha antigua, que la tocara, era para millones de personas intolerable. No dejaba vivir en paz.

Y la vida en paz viene ofrecida por el mismo sujeto que, también, trae la reconfirmación de la brecha radical que se vivió siempre y, naturalizada, no merece alharaca... (“sujeto” histórico entendido como un viento de cosas con sentido distinguible).

Todo tranquilo. Pax neoconservadora.
La historia de esa brecha, la brecha subterránea que rompe la tierra por debajo, es la historia de la explotación económica y también la historia de la crueldad. Porque los cuerpos que valen -que se conciben a sí como los productores del alma de la sociedad-, cuando los que sirven no sirven más y encima amenazan la cuenta (amenazan el negocio, en el más amplio de los sentidos), les aplican hasta saña de la llamada “inhumana”: justamente porque lo que busca es expulsar de la humanidad.
Pero también los que solo sirven compran paz salvaje, con la violencia redoblada de que ni la aceptación de la violación sistémica de sí baste para estar seguros de algo. Todos podemos estallar de inhumanidad (productora de un tipo específico de humanidad) con la mala sangre de ser elementos de un lazo cuya esencia es un tajo de bordes necrosados (in-aunables) pero que nunca se pierden del todo de vista.

Esta invariante histórica es la que se refirma en el puro futuro ofrecido por el Pro.

Por eso en la pax macrista la condición histórica de la relación de clase es un tabú político. Todo tranquilo. El horizonte -no tan distinto- es que todos tengan un lugar: hay que ajustarse, para optimizar el espacio. Y si hay sacudones es culpa de los pobres (no hay conflicto sino sujetos conflictivos...). Al miedo, a la inseguridad, se la sosiega con la seguridad cierta de la desigualdad.


Monday, May 09, 2016

Subjetividad mediática (notas).

1- El hombre vive su vida como un medio para otra cosa, dice Marx en La ideología alemana: en eso consiste la “alienación genérica”. No se limita a la desposesión que lleva a dedicar la vida para alcanzar la subsistencia; es una alienación de lo genérico, una alienación de la potencia experiencial específicamente humana que es la de inventar modos de vida. ¿Es experiencia vivir tendiendo siempre a otra cosa, vivir siempre para otra cosa? Vivir la vida como medio para otra cosa; vivir las cosas, las situaciones, los procesos, como medios para otra cosa, y otra cosa y otra cosa. Esa tendencia tiene una nutrida genealogía -digamos una genealogía divina-. Y tiene, también, una honda complejización presente, en el capitalismo de los proyectos: vivimos una monumental guerra contra la presencia, con artillería de técnicas de ahorro de experiencia y acumulación de vivencias. Hasta los deseos son vividos como medios para otra cosa, y en vez de pedir tres deseos se piden tres magritos objetos de deseo.  

2- El tecnocapitalismo es un régimen de dislocación entre cuerpos y presencia. Una vida puede estar -en cierto sentido sensible- ausente de su cuerpo; hay cuerpos ocupando espacios de modo ausente, produciendo vacío; hay cuerpos deshabitados... Por ejemplo, la escuela, aquella vieja casita de todos nosotros; la vieja escuela, edificio de comunión primigenio, mítico érase una vez inicial de todos, la escuela pedía una cosa primero que nada, en cada día, a cada cuerpo: ¡Presente!, pedía decir. Asistencia del cuerpo implicaba presencia.
Etimológicamente presente es ser ante algo, o estar ante; por eso un regalo es un presente. La presencia implica algo y alguien. Implica como mínimo un atestiguamiento. No es lo mismo que la mera asistencia -la escuela antes mostraba que sí.
Black Mirror es una excelente serie de ciencia ficción distópica y  extensos capítulos unitarios, que tienen en común a la pantalla como personaje en todas las historias. En un capítulo llamado “Be right back”, una pareja se va a vivir a una casa con diez pinos. Pero él no deja un segundo el neo-celular. Ella le habla y responde mecánicamente (presente!), entonces ella le dice incoherencias -trampitas de verificación- y él sigue con sus respuestas automáticas... La historia continúa y profundiza, de modo impactante, la escisión entre cuerpo y presencia, así como la posibilidad de un automatismo tan perfecto que cuente como presencia viva (vaya como recomendación). El uso de los artefactos entrena al cuerpo en la habilidad de estar sin estar.

3- Cada época funda sus propios parámetros de existencia, y en la nuestra existir es estar conectado. Se consumen productos para estar conectado con el flujo del que son partícula. Es muy bella una tesis de Virilio. Refiere a la implementación de la primera red de teléfragos sin hilo, y la difusión de la prensa escrita (los primeros periódicos, por cierto, de llamaban en Francia courants, “corrientes”, y en Italia gazettas, “monedas pequeñas”: puede entenderse históricamente a los periódicos, a los medios, como vector de fluidificación...). Dice que hubo un cambio en el emplazamiento experiencial: hasta cierta generación, en un mismo momento los habitantes de París por ejemplo viven efectivamente en su 1870  mientras que los de un pueblo rural aún viven en 1800 y los de una villa alpina en 1740; pero la generación siguiente, conectada por dichos dispositivos que unen los espacios en “tiempo real”, dice Virilio que las gentes pasaron a ser menos ciudadanas de sus lugares que de su tiempo. Al consumir medios de comunicación no consumían tanto informaciones como contemporaneidad. Al conectarnos a las redes no consumimos tanto cosas como a nosotros mismos como contemporáneos. Por eso el ánimo sufre media hora desconectado como media hora atrás del mundo...
Es que el sujeto mismo es un medio. Él mismo un medio por el que pasan flujos informacionales de toda índole; sujeto que vale en el mercado de las tasaciones corporales según cuánto y qué pasa a través suyo. Un cuerpo se define por las conexiones de las que es capaz y por los flujos que pasan a su través. Y hay lugares, y hay encuentros, que permiten y facilitan que pasen algunos de esos flujos, y hay lugares y encuentros que generan demoras donde esos flujos no se limitan a pasar, sino que labran efectos con los que el sujeto muta.

4- Nacho Lewkowicz definía a la subjetividad como el conjunto de operaciones necesarias para tolerar unas circunstancias. Varían las operaciones que es necesario realizar para habitar una circunstancia de campesinado y religiosidad, una circunstancia de exploración y viaje, unas circunstancias de encierro institucional, o el caso: unas circunstancias  mediáticas, organizadas con los artefactos de acción a distancia en tiempo real como punta maquínica. ¿O no se toca la pantalla del celular porque sí, no se acaricia esa superficie tecnoerógena como acto en sí mismo, como gesto íntimo de hallarse? Como antes se tocaba el rosario. La conectividad como garante existencial.
Operaciones que encarnan y funcionan más allá de sus escenas de origen: El multitasking, el linkeo (otra que se ve en las escuelas, pasamos por mil temas y anécdotas y quizá no quedó nada...), el zapping (esto me aburrió y pasó a otra cosa sin resto); también la opinión, la agresión (en la saturación expresiva, lastimar como garantía de producir marca); la asociación, la recombinación; el olvido; la autopromoción: ejemplos de operaciones constitutivas de la subjetividad mediática, la subjetividad signada por la acción a distancia en tiempo real -por la existencia de un más allá que está siempre envolviéndonos. El mediatismo instala un más allá íntimo, cercanísimo, casi pegado a los cuerpos...

5- Algo que media: ¿une o separa? Como el cemento a los ladrillos. Une y separa. La propuesta de distinguir mediación y mediatización no afirma que hay prácticas higiénicamente distinguibles, pero sí que hay tendencias y efectos anímicos en los modos de estar enganchados. Entonces: la mediación opera conexiones y ligaduras, mientras que la mediatización -según Virilio- es privación de las potencias inmediatas. La mediación nos hace llegar más lejos, nos acerca distancias, y la mediatización separa al sujeto y sus posibles, al sujeto y su situación, a las personas entre sí; separa vida y presencia. Todos conocemos ejemplos de mediaciones que habilitan y permiten (el héroe de nuestro tiempo bien puede ser un hacker que multiplica lo que puede un modesto grupo de agitadores de alguna democratización), y excesos de mediatización que aíslan e impiden encuentros, que taran. Pendulamos entre la mediación como ampliación de las potencias corporales (eso hacen los artefactos técnicos para Mcluhan, ampliar potencias corporales, “y la computadora potencia nuestro sistema nervioso”), y la mediatización como su amputación, transmigrada la potencia de creación hacia el objeto fetichizado. El cuerpo separado de su potencia, mediatizado, repite el gesto propio de la operación de ligadura, escindido de todo proceso de subjetivación, ya no alimentando al cuerpo de mundo sino subordinándolo a un "para" ausente: para estar al tanto, para enriquecerse, para ser visto, para avanzar en la carrera... para, para, para: ser-para, separando vida y presencia. El medio imaginario resulta fin efectivo. 

6- La subjetividad también es mediática porque lo mediático actual vendría a maquinizar, a actualizar precisamente, el viejo medioparismo marxiano. La subjetividad mediática, amén de sus rasgos por así decirlo idiosincráticos, actualiza al viejo finalismo trascendente, donde la vida está sometida a un mítico punto de valorización siempre separado de la corporalidad. Esta actualización procede al menos por dos vías.
Una, la mediósfera, como teatro del Espectáculo, hace que los ídolos proliferen. Ídolos divinos de palabras megapotenciadas, brillantes, tersos, luminosos, ingrávidos y fuertes... Pero ídolos que son hasta tapas de empanadas y líquidos limpiavidrios. Proliferan los objetos de deseo -que escualidan el deseo de desear, el deseo de explorar-, y también las imágenes de vida plena. Tomar cerveza con amigos, trabajar, pasear: las prácticas se ven asediadas por imágenes -cercanísimas- que las remodulan con plenitud, lisura, cristalización dura-dera, goce sin estorbos, tocar sin ser tocado, etcétera.
La sociedad misma pasa a través de circuitos magnéticos, y la pantalla es la superficie mítica de nuestra subjetividad. La ventana luminosa que promete la existencia de una versión en todo punto un poco mejor que nuestro barro concreto. Mejor, y, extrañamente, más verdadera, a juzgar por su función modélica. Hace poco que nos da la realidad a todos (verdaderamente a casi casi todos) de vernos representados, o, como dice el historiador del presente Pablo Hupert, vernos imaginalizados.
La segunda vía es la maquinización del acceso global, la organización técnica de la dislocación del presente. Técnicamente podemos estar siempre en otro lado y conectados con otro más allá (en una afluencia por naturaleza excesiva respecto de las formas de procesamiento del cuerpo, según Bifo; también Lewkowicz y Corea dicen que el saber tiene como problema constitutivo la escasez, y la información, la sobreabundancia). Las redes herederas de la revolución telegráfica permiten, organizan, nominan, promueven, venden, etcétera, la posibilidad de que cualquier cosa esté acá, y de estar -efectivamente, o sea efectos nuestros- en cualquier lado.
Este sometimiento de la vida a un punto de consagración divino, a un paraíso de todoposible, también está habilitado por la primera gran tecnología de mediación: el dinero como mediador universal. Entre todo, entre cualquier cosa y yo hay solo dinero, un líquido... Ambas, por cierto, formas de salvación. Hay una desesperación ubicua por salvarse.

7- Los modos de expresión son un campo de batalla, porque los lenguajes normalizados, preformateados, desafectan las palabras de las cosas, escinden las palabras del cuerpo, de lo vivo, de la experiencia. Es el sujeto hablado y no hablando, los lenguajes que separan al sujeto de sus potencias expresivas genéricas, reduciéndolas de médula creadora a puro medio de comunicación, a puro instrumento. Lenguajes mediáticos. Los lenguajes televisivos, los lenguajes institucionales, los académicos, los periodísticos, los de la Política, etceterá. La mediatización, en tanto deprime a los cuerpos -aún euforizándolos-, en tanto distrae a la presencia del presente, en tanto fetichiza míticamente lo que es potencia de creación común, es un operador biopolítico. Un desvalorizador de la experiencia como soberana, que inhibe la potencia de constitución -aquí y allá- del nosotros, la capacidad de fundar el valor en espacio-tiempos cuyo eje sea ahora-acá.

8. Sujeto mediático, en red, puede ser un puro punto de pasaje, un puro medio, sin remanso, sin demora, sin que su presencia sea morada. La mediósfera difunde operaciones de ahorro de presencia. Las del googleo permanente (ahorro de experiencia de la duda, de la experiencia de no saber), las del copypasteo (ahorro de creación), las del password (saberse dos palabras con las que atravesar una situación sin tocarla, como por una autopista -por cierto, urbanidad mediática).
Ahorro luego existo; el rendimiento máximo, ética del capital, pegada históricamente a esta fase de los modos productivos, donde la presencia corporal cada vez más es obstáculo, carga, olor, mugre, aunque necesaria por doquier. Se ahorra experiencia para existir más pleno en la temporalidad del instante sometido sísifamente a sucederse sin cesar. El encuentro, en cambio, abre una duración que existe oblicuamente. Una suerte de impresente, de presente fugado del imperio de lo contemporáneo.

9. La maximización es la inercia de la subjetividad mediática. Máximo de consumo, máximo de contactos, máximo de rendimiento, máximo. Automatismo inercial. Ahora bien, cuando, en la red, se produce un encuentro -con otra persona o varias, con un lugar, con una idea...-, el encuentro puede instalar sus propios parámetros de valor, e inaugurar así una trayectoria propia que no reproduce la inercia mediática; se abre una subjetivación. Pero el encuentro requiere una atención más sensible que la funcional cotidiana, requiere una insistencia, una tozudez contra lo obvio... El encuentro abre su itinerario, que deviene su tarea (su “fidelidad”), tarea que es la disciplina de la presencia y de la atención para devenir experiencia. Ya no todo suma, sumar puede no sumar; apertura de lo cualitativo. Los medios pasan a valer como mediadores (y no mediatizadores), y se disuelve su fetiche. La permanencia mediática cede; restituir a los medios su condición de medios es una operación alegrante para la subjetividad mediática.

[Publicado en revista Campo Grupal, abril 2015]

Wednesday, April 13, 2016

Lo que pasa es que no pasa (el temita de los GIF...)


...esas imágenes de movimientos que se repiten. Como una canción, una imagen-canción mínima simil punk. Una y otra y otra vez pasa lo mismo. Pasa y pasa y repasa y, si logra éxito, el éxito es que no pase: que el espectador deje de pasar sin más por las palabrasimágenes y se detenga, arme un momento, un momento efímeramente distinguido donde las imágenes dejan de pasar y queda ésta pasando, autómata condenada a eternidad.

Quizá el efímero momento logre grabarse en el espectador, al menos como spam mental; pero en realidad no importa: está condenado a eternidad -está salvado. ¿Y quién quiere, por cierto, quién se atreve de verdad a salvarse eterno así, quién loopearía su vida una y otra y otra...? Desmedida empresa para seres habituados a deshacer, eliminar, reiniciar... Pero sí cabe salvar del monumental flujo de lo pasado un movimiento, y verlo en sí, sin resto del mundo. Verlo en sí, y con sí como efecto. Una y otra y otra... Es natural -ahora es natural-; la edición es una de las formas de poder; eternas veces más sofisticada que la censura.
El GIF se creó movilizando quietudes. (Antes, las quietudes fueron logros del arte humano; el arte fue un gran aquietador de existencias, paisajes, cuerpos. Las obras de arte demoraron tramos del mundo: el arte humano fue morada, así, de las cosas en su representación). Su esencia actual no es sin embargo movilizar una quietud; aunque parezca que pone un movimiento, lo que pone es una detención, detiene un movimiento pero preservando su condición de movimiento; un movimiento segmentado y extraído de un movimiento más complexo; es un corte lo que deja repitiéndose en play, en gira continua sin rozamiento detentor. Muestra y repite una amputación del movimiento madre en cuya involucración vino al mundo. Vino y acá le pasan cosas; le pasa que no deja de pasar, para salvarse del mero pasar.

(Malísimo ese final. Sigo.)





Casi todos los GIFs son una gracia violenta. Una gracia donde alguien ¡auch! Los hay de otra clase, pero es común que esos ni se entiendan: ¿eso era? No hay remate... El remate es el remate: pum, caput. Alguien sufre, o ni sufre, de tan tonto. Alguien condenado a sufrir o a verse tonto eternamente para goce de la risa cruel, aquella risa que desenfunda caninos, incisivos y molares como el predador alegre ante la presa cautiva, en versión mediática.
(Investigo apenas y veo que el segundo tipo mayoritario es el de los GIF's retro. Homenaje y afecto hacia eso que pasó hace tiempo, y que sufre el asedio del hecho de que cada día produce más pasado que el día anterior; un yeite ochenta o noventoso queda salvado en un pasar presente eterno...)
Una multitud de niños, jóvenes y adultos de pelo largo y en túnicas corren en un prado desde todas partes hacia un enorme pozo a cuyo vacío se arrojan sin cesar, una y otra y otra vez; Fernando Peña con cara de pavor apunta un arma a una Mirtha Legrand que parece desarmarse, una y otra vez; Jim Carrey se tapa los oídos y profiere bla bla bla bla mientras un subtítulo debajo le hace hablar como macrista bobo, una y otra y otra vez; Homero Simpson juega con su panza oceánica, una y otra vez incesantemente; lo están haciendo, para siempre.
¿Cuánto tiempo es posible quedarse colgado viendo un GIF? Colgado, como de un árbol, pero ahora la quietud consiste en un movimiento incesante. Así, frenética, es la quietud mediática.

Los GIF sirven para enloquecer. Tracate tracate tracate tracate... Ni devenir ni derivar, podemos quedar colgados de un péndulo eterno, donde el final causa el comienzo.
Fascina sin gustar, el GIF; su náusea inevitable es una reacción de lo vivo ante los tentáculos de la animación mecánica. Pero una reacción donde el ánimo vivo reconoce el poder de la animación mecánica de eternización efímera. El GIF ofrece la posibilidad de seccionar un breve tramo de un movimiento extenso, para garantizarle animación constante, y simpificarlo. Porque ese tramo amputado participaba de un movimiento cuyo sentido general tenía la complejidad de todas sus líneas de fuerza (¿no es el sentido la dirección que proyectan las fuerzas movientes?); y el GIF anima una sola línea de fuerza, de manera que el sentido del movimiento pasa a ser obvio. No es caricatura que exagera, acentuándolo, un rasgo del conjunto; al amputar y animar en sí y para sí, simplifica y más que simplifica: participa de la gran industria de la obviedadización del sentido.
Si enloquece es porque es el quicio absoluto: te recontra fija. Ofrece sosiego hiperactivo: sabe Dios que hay ratos en que funciona... Pasa lo mismo una y otra vez por si no estabas seguro. Pero quedarse fijado en ese quicio implicaría primero des-quiciarse del movimiento general de la vida. Por eso son cruelmente graciosos primero y vomitivos apenas después: nos muestra una vida ajena totalmente no libre (una vida ajena totalmente enajenada), determinada a ser víctima de su repetición eternamente, y en su invitación al cuelgue móvil ofrece un peculiar descanso del que solo nos salva el deseo de la panza.

(este tampoco es bueno; este texto no cierra en sí mismo)


Friday, February 26, 2016

Amor amarillo

 
El kirchnerismo como problema de la resistencia; el imperio de la actualidad; breve genealogía del eficientismo y la desmovilización de la revuelta.


Vosotros me decís: 'la vida es difícil de llevar'. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? Nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.”
'En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios' -así rige el monstruo-. ¡También os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!”
Así habló Zarathustra


Sería una revolución basada no tanto en una crítica del sufrimiento en la sociedad dominante sino en una crítica total de su idea de felicidad. (…) 'A decir verdad, la única razón por lo que uno lucha es por aquello que ama -dijo Saint Just-. Luchar por todos los demás es sólo una consecuencia.”
Rastros de carmín


1. Masacre, kirchnerismo y actualidad
Está rebotina Buenos Aires, cada uno vuelve del descanso y cranea fugarse de nuevo; pero Monstruópolis es pegajosa y su gravedad puede más que las opiniones de quienes la padecemos y gozamos. Aún convertida en este encierro en el presente que es el verano macrista (“no se puede pensar en otra cosa”). Pero este “sinceramiento” de la vida capitalista que triunfó en Argentina, produce mejor dicho un encierro en la actualidad, y es un atentado masivo contra el presente entendido como el espacio potente de la presencia, abierto por naturaleza. Actualidad lisa, obvia, inmune a nuestros chillidos.
También el kirchnerismo modulaba el tiempo histórico; con una política discursiva sobre las periodizaciones históricas, hizo pasar continuidades por rupturas y rupturas por continuidades, como decía Ezequiel Gatto y demuestra Bruno Nápoli en su En nombre de mayo. Hablar ahora del kirchnerismo parece vetusto y reaccionario ante la inundación de la cínica violencia amarilla, pero el kirchnerismo es un problema para resistir al macrismo -aunque haya que reivindicarlo situacionalmente, como en el último acto electoral, si es herramienta del ánimo multitudinal que lo precede-.
A solo un par de meses, ya parece poco firme su protagonismo en la resistencia (entre lo limitado del “placismo” clasemediero y la fragmentación pejotista), pero además, aún en su versión más romántica el kirchnerismo puede contener la movilización opositora como contención ejerce un féretro, si, como dijo Diego Genoud, se obstina en la misma lectura de sí que nos llevó a la derrota. El motivo triunfante en las elecciones fue el anti kirchnerismo, sustento básico de legitimidad del gobierno que, así, puede alimentarse de una resistencia que tenga identidad kirchnerista (por eso, una de las primeras “plazas”, convocada en principio por un cualquiera desde internet, fue titulada por La Nazión como “concentración del kirchnerismo”: les conviene más eso que una multitud informe).
Borrar la fecundidad de 2001, tratándolo como llana crisis terminal, fue la más clara violencia del kirchnerismo sobre la genealogía que lo parió. Ver en la revuelta pura crisis es propio de una óptica plantada en el sistema representacional, y -como me apunta Damián Huergo- en el economicismo. Negaron la revuelta como eclosión de intolerancias positivas y arrebatos contra imágenes de lo humano sesgadas y excluyentes; intolerancia alegre y viril contra los condicionamientos políticos de la posdictadura sobre la vida. Negaron que 2001 fue fuente de la agenda y agrimensor de la legitimidad gubernamental ulterior. No se fueron todos pero pudieron quedarse los que entendieron la obsolescencia popularmente determinada del ajuste y la represión (y la corte adicta y en realidad miríada de cosas), del gobierno pleno del embriagado capital concentrado.
Sabido: aquel agite que tumbó al consenso neoliberal noventero fue gestado y efectuado por modos múltiples y complejos, protagonizado por bandas de pibas y pibes, HIJOS, los redondos, motoqueros, desocupados organizados... y, con la idea de que “la juventud volvió a la política” básicamente con La Cámpora, se negó -para aquellos sujetos pero también por tanto de modo genérico- la politicidad que surge de modo inmanente y orgánico de las vidas, sacralizando, en cambio, un modelo de politicidad conciencial, programático, adhesionista, ideológico-moral, en fin, militante: encuadrado, obediente, sacrificial (y, sí, también, soberbio, aunque a quién le importa... salvo por su condición sintomática: solo un triste de fondo, un finalista, es soberbio). La proliferación de agrupaciones diversas se homogeneizó en la morfología de la tropa (desparejamente, por supuesto, en algunas zonas más y en otras menos, pero hasta la propia CFK salió, alertada, a decir “ustedes no son tropa”).
Hubo dos grandes vectores gubernamentales de desmovilización del acontecimiento 2001 como agite abierto, solidarios entre sí: el vil asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en el que el odio de clase, en los hombres-agentes, como decíamos en A quién le importa, no fue exceso, sino que encarnó, hecha instinto, la razón de Estado), y el otro vector de desmovilización de 2001 fue el kirchnerismo, detrás de varias de cuyas facetas se pergeñó, conflictiva pero firmemente, el umbral de restauración del orden conservador.
La masacre y el gobierno kirchnerista fueron dispositivos ante todo distintos, pero, aún así, vimos cómo la inyección de tristeza y espanto de aquella intervención policial produjo una mutación anímica de trasfondo en los movimientos sociales desde la cual se entiende su posterior aceptación del llamado gubernamental, al abrazo del Estado y su provisión de guita y nuevos derechos -bueno, en realidad la guita resultó ser un derecho: esa fue una política del capitalismo argentino provocada por el sacudón de 2001, iniciada pragmáticamente por Duhalde, convertida en divisa por Kirchner.
El encargado de operar la conversión de agitadores en micro empresarios sociales o en funcionarios o en “receptores” de dádiva estatal fue el mismo que, cumplida la desmovilización de los sujetos más organizados de la revuelta, se ocupó de reinstalar la represión, y por cuya boca el gobierno de los derechos llamó energúmenos a trabajadores que defendían luchando el civilizado botín de sus puestos de trabajo, doctor Garca Berni: repartió primero plata -que resultó disolvente de la organicidad de muchos movimientos-, luego palos y tiros.
¿Realmente debemos recordar que los derechos solo son subjetivantes -es decir hacen a una mutación efectiva del cuerpo- cuando se conquistan y elaboran, nunca cuando simplemente se reciben de parte de alguien, que pasa a ser condición necesaria de mi -refutada- libertad? Y parece que debemos recordar, también, que si el grueso esencial de los derechos recibidos consiste en un aumento cuantitativo de los productos y servicios que se reciben por dejar la vida en el mercado (incluso el trabajo mismo como premio, “tengo trabajo”, “conseguí trabajo”, etc), lo que más se reconfirma, en la médula misma de la inteligencia corporal y social, es el juego del cual esos son los premios, y no la potencia inventiva y soberana de la subjetivdad.
(Ya la idea misma de redistribución de la riqueza -con todo lo bancable que obviamente tiene- puede ser una vía de refirmación de fondo del juego capitalista, sobre todo si en realidad se trata de un aumento del mercado interno pero sin alteración de los poderes adquisitivos relativos entre los estamentos sociales; alteración política hay si se redistribuyen también los poderes decisorios y valorativos -como ejemplito, recuerdo un video que circuló, sobre asambleas ciudadano-escolares donde se decidía colectivamente cómo sería el uniforme de los alumnos, en Cuba: pura belleza e intensificación cualitativa de la vida. No se trata nunca de la cosa, sino del tipo de movimiento vital que la involucra-).
Esa desmovilización de la revuelta alcanzó su cénit en los festejos del bicentenario: una fiesta programada gubernamentalmente, con lo político como espectáculo. Yo ahí lo vi a Julio Blanck con su familia: ni él podía no estar, porque la afectividad de la fiesta era más fuerte que discursos argumentos o ideas. Se estaba ahí y punto, en esa movilización total del traspaso del protagonismo desde los cualquiera, comunes, los nosotros, etc, hacia el mediador representante. De la jauría al rebaño, pero todos contentos: hay Luz y hay Bien.
Pero esa desmovilización del acontecimiento 2001 también tuvo “accidentes”, trastocamientos, desbordes, al menos en 2008 (contra el lock-out), 2010 (muerte de Néstor), y “la Plaza del 9” que despidió amorosamente a Cristina, así como las semanas previas al 22 de noviembre, de burbujeante movilización anti macrista. Quizá también algunos momentos de saqueos en los que traccionaba más la alegría del agite que el influjo mercantil. Bicentenario y plaza de Néstor coinciden en año, pero diversan en naturaleza; una es zumum de la coincidencia entre la programática de las “productoras” como maestras de ceremonia y rectoras de lo común, la otra es un desborde inesperado que muestra que el aparato tiene un grueso de su potencia en su condición de pieza elegida por la multitud.
Hay por supuesto una cercanía, por momentos promiscua, entre el agite y la aparatización; hay una interfaz, que permite tanto reconversión como pivotes, ambivalencias y complejidades. En esa zona de disputa interviene CFK, cuando confronta a la propia multitud que la fue a bancar el 9, diciendo “ustedes no son autoconvocados, son empoderados”. Ustedes son efecto, el Gobierno es causa, dijo. Bien podría haber dicho que toda resistencia, toda victoria democratizante, tiene como fundamento la movilización decidida de los comunes (aún si luego su garante se organiza gubernamentalmente). Y que al fin y al cabo ella era la empoderada. Pero no: desde su posición de mandataria (saliente) y jefa del peronismo (¿saliente?), consideró necesaria una reacción para negar la figura de los autoconvocados (y eso que tampoco “autoconvocados” es figura incendiaria...). Dijo: vos no estás haciendo historia sino en cuanto te hicimos nosotros, desde determinados “resortes”.

2. Al menos eran ambivalentes
No busco reponer acá a 2001 (nadie quiere volver a ser como antes), cual animado tomuer busca cerebros, no: sobre todo porque algo de 2001 está bastante presente. De la notablementemente lúcida, corajuda y oportunista lectura de Néstor, quedó fuera lo que puede verse como un “resto formal”, un tercero excluido del noviazgo del kirchnerismo con dosmiluno..., que fue creciendo mientras el kirchnerismo llevó adelante una agenda progesista haciendo las cosas mayormente de modos precarios, gestuales, con realidades locales muy ambivalentes (por hacer veloz la crítica), mientras crispaba y crispaba a la derecha -esta crítica la hacemos desde 2007, y, sin embargo, ahora, viendo la facilidad con que entra la estocada amarilla y se evapora el aire pingüino, hasta los más incrédulos encontramos que fuimos ingenuos.
Si el macrismo borra de un plumazo muchos de los espacios institucionales valiosos y bancables creados en la década k, es porque los ideologemas puestos a rodar no fueron una afirmación consistente jurídica, política, estatutariamente, como leí en un breve post de Diego Sztulwark hace poco. Muchos de los espacios y políticas “ganadas” se sostenían en la precariedad de las condiciones de sus trabajadores. Por poner un ejemplo, las universidades en barrios periféricos son loables espacios donde campean los contratos basura, las exigencias a los trabajadores precarizados de realizar “sacrificios para sostener el espacio”, además de los amiguismos berretas, los giles “empoderados” con un escritorio de dirección departamental, etc. Más allá del ejemplo (podría ser seguramente cualquiera de los programas inclusivistas), no es por criticar, es por ser realista y entender: la flexibilidad laboral -el neoliberalismo en ese plano- fue condición material de la inclusión neodesarrollista.
Pero además de que el neoliberalismo regente en la cotidianeidad de las vidas fue condición de base de la pragmática concreta de los programas de inclusión y derechos, hay otro aspecto que también rompe con la polarización k-pro. En esos espacios de inclusión, la imagen era esencial siempre; la realidad local, a veces. Y si los mirábamos de cerca, la presión por “los números” de cada espacio y programa, la codificación estadística de las realidades vitales, una y otra vez se divorcia de -sino aplasta- la calidad de las presencias concretas. Y eso preparó el terreno para la razón gestionista, para la cual la gestión es más importante que lo gestionado.
Pero el actual fascismo contemporáneo gobernante borra de un plumazo espacios que eran al menos ambivalentes, espacios cuya efectuación cargaba con -o era regida por- el gestionismo, para el que vale más la representación -básica pero no solamente numérica- de la cosa que la cosa, sí, pero espacios que ponían a rodar ideologemas democráticos (educación universal, educación sexual integral, naddie quedándose afuera de la circulación de recursos elementales, etcétera), cuya implantación respondía a lecturas más ricas y éticas de lo social; espacios con zonas útiles para el igualitarismo democrático.
Las políticas kirchneristas fueron menos consistentes que la crispación -y la subsiguiente cohesión- que produjeron en la derecha. Crispación que, además, como me apunta nuevamente Damián Huergo, no se erigió solo contra “los kirchneristas”, sino contra los sujetos que el kirchnerismo al menos hizo visibles y en algunos casos legítimos, los putos, los deshauciados, los rotos, etc. El fascismo actual tiene fuerte cuño moral, ordenancista. Y por cierto allí hay, como dice Rubén Mira, una diferencia con el noventismo y su fiesta. Acaso entre las cosas que los agentes del propietariado aprendieron de estas décadas está la idea de que la fiesta de los noventa terminó siendo escollo para la eficiencia de gestión de negocios y gobierno. Visto así, el bailecito horrendo de Maurizio es bien sintomático: hay un momento y lugar bien determinadito para festejar. Y se lo hace mecánica, patéticamente.

3. De la revuelta al orden
Una defensa de zonas de igualitarismo conquistadas encabezada por el kirchnerismo bien puede ser, decía, menos efectiva que una más caótica, lenta y desreglada resistencia por modos cualesquiera, comunes, no lineales, químicos... Prácticas vitales -rancheadas esquineras, autodefensa campesina, intolerancia hacia “empoderamientos” policiales, trabajadores ministeriales que logren “disimular” algunas líneas de trabajo popular, tiempos dedicados a un potlach amistoso de fabulación, infinito etcétera- que banquen lo que haya que bancar y atenten contra lo que haya que atentar y creen lo que haya que crear por agregación de instintos, por aliento mutuo, por convencimiento replicante de la verdad que se impone como tal por su gracia: que todo lo que sea más vivo, fresco, autónomo y por eso gracioso, se fortalezca ante la esencia de la explotación de lo vivo por lo muerto. Resistencia del ánimo buscón sobre la pragmática autoevidente del rendimentismo.
El macrismo es una rotunda afirmación de que la vida debe someterse al orden, como si primero viniera el orden y después -a perturbar- la vida. (Justo en esta tierra, donde escupís y pintan formas de vida, tirás semillas, tirás bichos, tirás gente y, con los pies en esta tierra -que comunica también nuestras vibraciones, de manera menos obvia que la pantalla-, inventan formas de vida). En ese punto y aunque la superficie engañe, el amarillismo es una expresión renovada de la Ley, “celosa y resentida de los cuerpos porque ellos existen primero”. El gestionismo afirma que la gestión sabe más sobre la vida que la misma vida. La ley, la ley no de los papeles que nos hacía iguales, sino la ley que emana la materia misma, de las cosas mismas en el orden capitalista, es el conjunto de deberes y limitaciones coherentes con el mercado. (Este es el verdadero motivo por el que del Pro surge el término “sinceramiento”).
Y los movimientos multitudinales, que como decía pueden proveer de agenda para políticas de gobierno, cuando son creadores, sin embargo, no es tanto por la agenda que imponen: es por el tajo que trazan en la temporalidad normal. Convertir una revuelta en agenda programática borra su potencia más específica, el trastocamiento del espacio común que inducen gracias a ese agite sobre la temporalidad, como dice Furio Jesi, y abre la transición hacia el orden del eficientismo. Los agites son precipitaciones -también se da en muy pequeña escala- donde el tipo de presencia que se inaugura vale por sí misma como experiencia. Valen como una intensificación de la presencia tal que logran la liberación del sometimiento del futuro: no se sabe a dónde se irá, pero mientras estemos así, vamos. Vamos y vamos viendo: la verdadera percepción se abre cuando la experiencia se emancipa del orden programático. La revuelta conquista un no saber. Y ya no importa el desarrollo, importa quién habla. Quién enuncia, quién pone los nombres de las cosas. Etcétera: y cosas.
Pero la revuelta también se da en pequeñas escalas, en espacios personales, laborales, amorosos, etc. Un amigo miembro de una versátil banda decía que cuando se juntaban se activaba tan claramente una frecuencia distinta, que incluso entrenó y aprendió a “juntarse solo”. Lejos de la imagen de “la revuelta” como sacralidad histórica, se trata de pescar las puntas anímicas que pueden difundir dichas frecuencias presenciales, donde algunos sujetos se despegan -más o menos- de su función, suspendiendo el orden normal...


4. Néstor y el Pro, lectores de 2001
Es muy tentador olvidarlo, pero el macrismo se incubó en el kirchnerismo. Como oposición, pero, también, con coherencia con el tipo subjetivo dominante en la dékada. Recuerdo una propaganda, para Cristina 2011, que circuló por internet y pegó bastante: la de “no seas rata Roberto, si te va bien”. Mostraba un tipo comprando un cero kilómetro al que le preguntaban y decía que no sabía a quién iba a votar. No seas rata Roberto, si te va bien, le decía el que había preguntado, que nunca se veía en cámara, era un ñato escondido en la concesionaria. La propaganda la firmaba la “comunicación kirchnerista clandestina”. Era clandestina respecto de la imagen kirchnerista del kirchnerismo. Porque sinceraba lo que años después también Cristina hizo explícito muchas veces al decir “No les pido que miren al país siquiera, les pido que miren su bolsillo y comparen cómo estaban antes”. Récord de venta de autos y motos, cuotas en frargarino y turismo por doquier. Trabajo para dejar la vida ahí, para exprimirse (de los oprimidos a los exprimidos, decía Pablo Húpert). Y laburar cada vez más para no quedarse afuera de ningún tren que sea posible. Es cierto y valioso, se repartieron más premios, todos -obviamente- deseables; pero lo que más se refirmó es el trunfo del juego. El consumo moviliza. Vida capitalista. Y para vida capitalista, ¿por qué no probar unos que ofrecen capitalismo sin más, sin verba, sin discurso ni gritos? Sin política...
Y es ahí donde encontramos a 2001 (a un componente suyo, luego “resto formal”) bastante presente, en la anti política del Pro. Es una reconversión del “que se vayan todos”, hecha divisa del reino del capital, trabajo muerto acumulado que se invierte para proyectar vida “ya vivida”, programática, obvia. Reino que no concibe que nada exista porque sí, donde la gestión es más importante que lo “gestionado”, y donde la dominación de los más poderosos es naturalizada. Reino que opera una desubjetivación parcial general: olvídense de ser protagonistas de la vida, esclavos. De imaginarlo, siquiera.
El Pro fue la mayor lectura no kirchnerista de 2001, como le oigo decir hace rato a Ariel Pennisi. Ofrece como servicio aquel componente antipolítico; ofrece una pospolítica de gerentes de empresa duchados en after office, que hacen política pero no son políticos, son otra cosa: gente subjetivada -y convertida en valor productivo- en otro ámbito, básicamente, claro, el citado de la empresa. Pero ya cuando Daniel Scioli triunfó en la interna del Frente para la Victoria, la dupla competidora del balotaje entera consistía en “hombres no políticos pasados a la política”. Ganó -ambos recibiendo enorme cantidad de votos de rebote, que los eligieron por descarte- el que más plenamente ofrecía la versión de la política que negaba la política como práctica específica, ofreciendo hacer “gestión” en el Estado. (Es muy indicador, como me señaló Marcela Martínez, que el gobierno haya formado una “mesa política” para tramitar los conflictos: implica que no conciben al ejercicio de gobierno como inherentemente político).
En Pro leyó también al 2001; de ahí entendemos que el gorilaje careta usara, de 2008 para acá, métodos caceroleros y piqueteros para combatir al gobierno kirchnerista, bajo el signo clave de las elites pero que triunfaron apoyados por muchos trabajadores y otras clases de no-gorilaje careta, muchos de los cuales -ya dicho- quisieron sacarse de encima “las formas” kirchneristas. Y en efecto, hay una dimensión estética fundamental en la política, donde lo que se impuso es un modelo espantoso de belleza lisa, pastel, rubia, sintética y tersa, con sonrisas de guasón y baile de casamiento enlatado, donde, está claro, los morochos tienen lugar como mascotas y amigos de su propia servidumbre. (Y donde todo estaba perdido desde unos años atrás, cuando el término “cheto” -en los pibes de las denominadas clases populares- se liberó de su peyorativismo y pasó a ser ponderación.)
Pero es también por su condición de no-políticos, de eficaces ejecutores, que es entendible su componente despótico: les resulta natural que el jefe sea una voluntad que manda y ya.
También es por su anti política que tienen afinidad con el poder judicial, los jueces también hacen política como si no fueran hombres políticos. Tenemos ministros de la Suprema Corte que prácticamente ni hablan en público, como si fuera una actividad meramente formal, casi científico-administrativa, simple “aplicación de justicia”. La Justicia pasa como no política porque se acerca al trasfondo del Estado, ellos son agentes de la ejecución de la racionalidad estatal; el orden jurídico, cuyo sustento se auto considera iluminista pero bien mirado es oscurantista, un poder sin argumentos: la Ley manda porque manda y ya. No hay nada anterior.
Porque lo “anterior” es el conflicto, la vida, los cuerpos, etcétera: y cosas, las cosas.
Y el Pro niega el conflicto. Esto no se refuta sino que se confirma con sus medidas violentas económica, política y policialmente. Porque niega al conflicto como constitutivo e inherente, natural a lo social. Por eso mismo puede afirmar que hay sujetos que causan problemas. Al postular que los problemas son causados por sujetos particulares, niega que lo que hay es conflicto y sujetos entramados por el conflicto. Odiaban la conflictividad retórica de los kirchner, porque incluía al conflicto dentro de lo explícito del juego republicano. Para el gerente que “decide pasar a la política”, la actividad política se rige por la eficiencia y todo depende de ella -y de la buena onda, claro-. En el debilísimo acto electoral (ahora los progres recriminan a los votantes de Macri, pero ¿pensaban que la elección era una libre decisión?), y aunque engarzando, sí, con una poderosa voluntad popular (ligada a ideas y percepciones sobre la vida y lo común), ganó la política de que vengan al gobierno algunos que no son políticos, son eficientes y modernos hombres de oficina -y after office-; gente que viene de las soluciones, no del conflicto. Para ellos -para este entendimiento político-, aquellos sujetos cuyas vidas, si se afirman, ejercen conflicto, deben ser mantenidos a raya, siendo docilidad o desaparición sus pretendidos destinos naturales.
Es pifiado creer que el Pro está “provocando” con sus violencias. No. Las marchas y repudios kirchneristas las espera, y sabe que alimentan al consenso que lo hizo ganar, el anti kirchnerismo, que fue apenitas mayoritario. Al contrario, así es la normalidad que buscan. Pero hay algo más profundo. Los negociados infaustos, las políticas económicas enriquecedoras de la elite más rica y propietaria, la escalada represiva y demás, no se impugnan por visibilizarse. La denuncia tiene patas cortas. Esas violencias son aceptadas. La crítica es un género viejo. Las críticas cabían a la ideología, pero son estériles ante esta sensología triunfante (Ariel Pennisi me contó que Mario Perniola acuñó ese término de post ideología). Gobiernan los afectos, como hace rato dice Diego Sztulwark y también Hans Landa, en Bastardos sin gloria, cuando sseñala que dan asco las ratas y ternura las ardillas: “lo interesante del argumento no cambia lo que usted siente”.
Las violencias gubernamentales son concebidas como violencia necesaria para que las cosas puedan seguir siendo como son, que es como deben ser. Justas y necesarias para el deseo de “romperme el orto tranquilo sin que me rompan las pelotas”. También para los ricos, el deseo de gozar del privilegio (es decir, de la violencia histórica) sin que nadie te rompa las pelotas.
Pero mayoritariamente, esa violencia económica, política, policial, es justa para una vida que tiene como premisa callada -envuelta en capas y capas de rin tin tín y de alegría- al temor. Porque el régimen existencial del mercado capitalista está fundado en la derrota. Todos -casi todos- entramos a un juego donde ganan otros, donde ya ganaron. Entramos ya con el estigma de la inferioridad, la enajenación. El juego tiene premios, eso sí: resultan ser premios que valen más que la vida que los produce. Sobre un plano silenciado de una derrota gigantesca, la derrota de la aspiración de libertad, las carreras por estar conforme dan premios que son la consolación de esa vida. De esta vida. Un temor de fondo, un temor en este país del desierto: que no haya máquina alguna que enganche tu vida en un movimiento. (El cagazo, por cierto, es el que puede refutar la esperanza de que “no se le saca a la gente umbrales de consumo así nomás”).
Temor, y premios adorados que valen más que la vida que los produce, porque son su consuelo. Cualquier molestia o amenaza, ahí, merece violencia. Molestias como que haya gestos que sí comportan un ansia de libertad -arrebato de no coincidir con la funcionalidad de nuestra vida-. Esa molestia, que amenaza los premios y cuestiona su sentido, que deja cara a cara con la vida, conecta con la consentida violación a sí.
Y es por eso también que cualquier guiño que la festeje sin más, a esa esa vida, que le sonría, que le prometa animarla sin recordar su sometimiento basal, engancha, engancha como cabeceo rozagante que saca a bailar a quien, solo, se moría de angustia.
Ahora cambió el dj y todos esos odiadores están henchidos graznando en el centro de la pista.
Todos comen el sintagma más esencial -y callado- de la nueva gubernamentalidad: la riqueza y los ricos son algo natural y nunca postulables como causa de padecimientos sociales.


5. Presencia sin saber
¿Entonces? Ahí otra trampa. La pretensión de “saber” en materia política. Nadie sabe, no se puede saber. No tiene sentido denunciar ni se puede saber. El saber es parte del orden. Si hay movimientos revoltosos, grandes o chicos, que tajean la temporalidad normal, conquistan justamente un no saber, e impera el divino mientras tanto ensanchado. Ahí es posible olfatear y estar a la altura de las prácticas que no son gobernadas por esta mierda, como dice Juguetes Perdidos. Instinto de vínculos y modos de hacer fuerza que ejerzan otra calidad de presencia.
Lejos de dedicarse llanamente a “hacer política”, casi en lógica de “respuesta” a lo que impone la actualidad, repetida y renovadamente hay que preguntarse “¿cómo me imagino el socialismo?”, o lo que cada uno pueda preguntarse para conducirse a las prácticas que expanden lo mejor que puede concebir en la vida, sea cuidar viejitos o bailar y beber ron o ayudar a aprender las matemáticas a los niños o construir barcos o cocinar o... No es la política la que puede sostener una resistencia históricamente relevante; es la vida. La actualidad del mundo acecha, y la Política es partícipe y beneficiaria de esta dominación mediática de la fabulación. El facebook ofrece tres íconos de sucesos en la pantalla personal: amigos, mensajes, y el tercero es el mundo: hoy el mundo tiene treinta y dos notificaciones para ti... Catarata que evanesce la presencia, que invade su tiempo con, siempre, otro lugar. Y es la presencia la que puede subrepticiamente hacer manar el flujo que rompa la actualidad. Presencias -comunicacionales, callejeras, etílicas, musicales, naturalistas, escolares...- que logren desmarcarse de lo debido para lograr movimientos desde la óptica de lo que pueden por sí, sus accidentes, sus encuentros, sus instintos, en combate involuntario hacia la ridiculización y el disecamiento del eficientismo (como idea, deseo, policía, etcétera).